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Últimas lecturas III. Tres libros de fantasmas, memoria y desolación

Actualizado: 2 ago

Para ir calentando motores ante la inminencia de la FIL 2024, van tres sugerencias de libros internacionales editados en el primer semestre del año. Vienen con gran cartel por los nombres de los autores y la acogida de lectores y especialistas, y no decepcionan. Con seguridad estas obras de Paul Auster, Mariana Enriquez y Ottessa Moshfegh estarán en los anaqueles de más de una librería en el Chuquiago Marka.


A días del inicio de la Feria del Libro en La Paz, juntamos tres libros que no tienen nada que ver entre sí, más que la novedad: salieron en los últimos meses, con buen recibimiento de la crítica en España y Argentina.


Bueno, de pronto, rebuscando un poco, sí hay un fantasma que sobrevuela –casualmente– por los tres libros: dos novelas y una colección de cuentas: los espectros, precisamente, lo fantasmagórico; tanto en la acepción literal: muertos que siguen estando, como en la también terrorífica presencia e incidencia del pasado, la ineludible persecución de los hechos por los que aún debemos pagar.



1

Baumgartner, de Paul Auster

A sus 70 años, y superada apenas la muerte de su mujer una década atrás, Seymur Baumgartner empieza a percibir la inminencia del declive, la antesala del fin. Inicia entonces, un proyecto definitivo y en doble sentido: memoria y proyección. Recapitulación de la larga vida, anticipo de la recta final.


…si uno muere antes que el otro, el vivo puede mantener al muerto en una especie de limbo temporal entre la vida y la no vida, pero cuando el vivo muere a su vez todo acaba y la conciencia del muerto se extingue para siempre. (83)


Baumgartner (Seix Barral, 2024), que Paul Auster publicó meses antes de morir, es una novela de evocación y balance. Una reflexión sobre cuán determinante es mantener la lucidez hasta el final; o al menos hasta el momento de descubrir que uno está a punto de entrar a preembarque.


El escritor protagonista, lejos de lo que podría parecer, no está sumido en la desolación, sino que coteja esta epifanía final con un renovado ímpetu por asegurar unos agradables días finales: publica los poemas que Anna, su mujer, jamás se animó; corteja y sale varios meses con una cincuentona; y se entusiasma como un niño con la tesis que una jovencita trabaja sobre la vasta obra inédita de su difunta esposa.


El amor de pareja, los lazos familiares, la infancia de judaísmo incipiente y los protagonistas intelectuales o escritores, son algunos de los ejes que articulan este libro con el grueso de la producción del autor de El palacio de la luna.



2

Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enriquez

Una médica de 60 años percibe al fantasma de su madre y poco a poco a otros. No pasa mucho hasta que el barrio entero –marginal, violento– se llena de almas en pena que acuden a ella para eludir el vacío y soledad (“Mis muertos tristes”). Una chica se pudre poco a poco por una rara enfermedad. Su hermana, medio loca, cree que se volverá pájaro y planea matar a su abuela (“Los pájaros de la noche”). Una mujer empieza a notar cómo poco a poco se va borrando de la cara hacia abajo, parte por parte; descubre que eso les pasó también a otras mujeres de su familia y cuando ya no ve, se va quedando sin boca y apenas respira, le entra la angustia final por el destino de su hija (“La desgracia en la cara”).


En los cuentos de Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama, 2024), Mariana Enriquez naturaliza hasta tal extremo lo imposible, que rápidamente el lector también asume que los muertos vivos, los fenómenos paranormales y la más insólita fantasía, son posibilidades, son escenarios no del todo ajenos.


Si en estos primeros tres relatos se puede hallar un factor común en la pérdida de la cualidad básica de ser; en otros como “Julie” (una obesa que tiene actividad carnal con fantasmas) o “Metamorfosis” (una mujer que tras la histerectomía no resiste el haber perdido una parte de su cuerpo y empieza a ponerse implantes reptilianos con una mezcla de su mioma con material sintético), se expresa el rechazo al cuerpo o a perder parte de la corporeidad.


Pero si algo trasciende el todo de este estupendo libro –muy a la altura de los exitosísimos Las cosas que perdimos en el fuego y Los peligros de fumar en la cama–, es la concepción y representación de lo fantasmal: la ausencia-presencia de personas, de partes del cuerpo, de memoria colectiva, de culpa y necesidad de liberación.  


Qué injusto: los muertos tienen la suerte de no ver cómo se descomponen. Incluso los fantasmas. Mi madre, por ejemplo: su imagen no se pudre. Hay distintos tipos de fantasmas. Me pregunto si esa imagen emana de ellos mismos o de quienes los vemos. Si son o no una construcción colectiva. (16)



3

McGlue, de Ottessa Moshfegh

Cuando despierta de una curda particularmente fuerte, McGlue se da cuenta de que fue hecho prisionero en el barco en el que sirve. Tiene una grave herida en la cabeza y no termina de creer lo que le cuentan: que mató a su gran amigo Johnson.


En la resaca y recuperación, que se hacen eternas, el corsario recuerda sus andanzas, pinta el sórdido mundo de miseria, alcohol e ignorancia al que está condenada tanta gente, y regala algunas sentencias y cavilaciones memorables.


Paso por un callejón donde no brilla el sol. Prometedor. El olor se distingue contra el polvo iluminado por el sol y la nada. La puerta no es más que un trozo viejo de madera apoyado contra la jamba. Ya desde fuera veo la larga barra, las botellas, las caderas y jorobas de los que están sentados, mamando. Uno golpea la barra para que le den otra. Aquí es donde estoy. (132)


Así, en una larga perorata y rememoración del ebrio se sustenta McGlue (Alfaguara, 2024), la breve novela debut de Moshfegh, que acaba de ser traducida al español tras el éxito de La muerte en sus manos, Lapvona y, sobre todo, la tremenda Mi año de descanso y relajación.


La narradora estadounidense de ascendencia iraní y croata, termina de demostrar que tiene un amplio y muy sólido registro que la lleva a escribir tanto una novela intimista y desasosegante como Mi año de descanso…, como la fábula medieval y caricaturesca de Lapvona, y, ahora –o, más bien, en sus inicios– esta pieza de delirium tremens, superstición, mugre y dejadez que no puede sino describirse como un realismo sucio del siglo XIX: y es que es como si Bukowski se hubiera materializado un siglo atrás en un marinero que, como todas las facetas de Chinaski, va por la vida sin rumbo ni esperanzas, apenas esperando la siguiente botella.

 

 

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