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Viajes surrealistas por Latinoamérica

En el año en que se cumplen los 100 años de la publicación del Manifiesto del Surrealismo de André Bretón, un punto de inflexión en las artes mundiales, que no solo tuvo influencia en la poesía, sino que profundizó un diálogo multidisciplinario en las expresiones artísticas, compartimos estas reflexiones del escritor brasileño Floriano Martins, a propósito de la historia, expansión y vitalidad de esta estética en nuestro continente



El surrealismo se caracteriza por un espíritu siempre dispuesto a lo inesperado, por lo que está en su naturaleza estimular innumerables encuentros con otras voces, sumergirse en las culturas más distintas, acentuando en ellas los sabores más fascinantes, incluidos los ocultos. Los surrealistas nos ofrecieron un cuadro inagotable de reflexiones. René Crevel sugirió que el estilo era “un arte de ordenar restos”; Man Ray decía que la estética distorsiona la belleza. Ya en 1960, Joyce Mansour llamó la atención sobre la limitación moral del escándalo: que todas las formas de violencia terminarían sin tener impacto frente al perenne rechazo de los motivos sexuales –los argumentos de la censura y la regulación de la pornografía son monedas en bancarrota ante la hipocresía respecto al tema; André Masson planteó su jaque mate: “Es necesario tener una idea física de la revolución”. Esta corriente de consideraciones tenía como denominador común un principio de desmoralización, pese a ser conscientes del riesgo de convertirse en una nueva moral. Inevitablemente, algunos surrealistas se volvieron (o se descubrieron) moralizantes. La moralidad es una parte inseparable del hombre. Sin embargo, su negativa es la mejor salud de una pureza que se empeña en engañar al destino, una especie de beso en la boca con múltiples labios, o el aspecto lúdico, la felicidad de descubrir otro mundo en cada mundo que tocamos.

 

En diversos lugares del planeta –desde el surgimiento de grupos hasta manifestaciones aisladas– el surrealismo ganó espacio a través de sus obras, exposiciones, juegos, revistas etc., sobreviviendo a sus propios errores y a las intromisiones contaminantes del mercado, la política y la religión. No tiene sentido hablar con nostalgia de los años 20, ya que su fuerza anímica ha producido desde entonces nuevos periodos de precipitación mágica.

 

En mi libro Un nuevo continente – Poesía y surrealismo en América, (2016; la nueva edición está por salir este año), recuerdo un extracto de una entrevista que Breton concedió a Jean Duché, en la que afirma que fue en el continente americano “donde la pintura parece haber liberado sus más bellos haces de luz con retraso: Ernst, Tanguy, Matta, Donati y Gorki en Nueva York; Lam en Cuba; Granell en República Dominicana; Frances, Carrington y Remedios en México; Arenas y Cáceres en Chile.” El monoglotismo de Bretón acabó por dejarle fuera del ámbito poético de las otras tres lenguas habladas en América (portugués, inglés, español).

 

En América, aunque tenemos ejemplos de filiaciones ortodoxas, lo más importante fue cierta característica revelada de buscar crear su propia realidad, así como su propio tiempo. Francisco Madariaga define muy bien este ambiente. Para él, el surrealismo en América significó una boda, más que una simple ruptura. Es posible encontrar ejemplos de afiliación en formaciones grupales en países como Estados Unidos, Canadá, Brasil. También hubo puntos de diálogo, más allá de la aceptación tácita: Argentina (Qué, 1928), Chile (Mandrágora, 1938), Martinica (Tropiques, 1941), República Dominicana (La Poesía Sorprendida, 1943), Canadá (Refus Global, 1948) y Brasil (A Phala, 1967), no convirtiéndose en muchos casos en algo episódico como, en general, tiende a resaltar la historiografía sobre el surrealismo. Sin embargo, lo más singular lo encontramos en voces muy particulares, de poetas fundamentales: Enrique Molina, César Moro, Ludwig Zeller, Olga Orozco, Thérèse Renaud y Blanca Varela.

 

Al abordar el tema en muy breves trazos, destaco dos valiosas circunstancias: el surgimiento, en 1938, del grupo y revista Mandrágora, en Chile, uno de los momentos más altos de renovación del espíritu del surrealismo en el continente; así como como el surgimiento, en 1943, en República Dominicana, del grupo en torno a la revista La Poesía Sorprendida, que trae al panorama poético dos valiosas publicaciones: Los Triálogos, poesía a tres voces, de Domingo Moreno Jiménez, Alberto Baeza Flores y Mariano Lebrón Saviñón, y la prosa automática de Vlía, de Freddy Gatón Arce, llena de humor refinado y desbordante.

 

Cronológicamente, existen algunos ángulos que permiten diferentes entendimientos en cuanto al pionero del surrealismo en el continente americano. Destacan publicaciones de libros, acciones aisladas, formación de grupos, exposiciones internacionales, creación de revistas etc. Los primeros libros publicados fueron Las ínsulas extrañas (1933) del peruano Emilio Adolfo Westphalen y Pigmentos (1937), del franco-guyanés León Gontran-Damas, prácticamente los únicos poetas que publicaron en la década de 1930. Otros dos hechos aislados: el viaje del peruano César Moro a París, donde luego se unió al grupo de Bretón, y la creación de la mítica revista Qué, en Buenos Aires. Moro no publicaría su primer libro hasta 1943, Le château de grisou, ya que vivía en México desde 1938 y había organizado allí, junto con André Breton y el austriaco Wolfgang Paalen, en 1940, una Exposición Internacional de Surrealismo. En la década de 1930 aparecieron tres importantes revistas, El Uso de la Palabra (Perú, 1939) –creada y dirigida por Westphalen, con la ayuda de Moro desde México– y las chilenas Mandrágora (1938) y Ximena (1939).

 

Lo que necesitamos está ante nuestros ojos, pero poco a poco perdió forma, color, sustancia, la noción de sus particularidades, y pronto empezamos a perder el todo a partes iguales, derrumbándose el escenario de tal manera que hoy es un espacio vacío sin autoconciencia. Con la excusa de que el mundo se ha convertido en un lugar de supervivencia, nos hemos ido tragando todo lo que nos rodea, acumulando componentes desechables, reservas de mercados en quiebra, estanterías de biodegradables, amores perdidos. Despreciamos el oro del momento, esparcimos nuestra miseria de espíritu como una joya nueva, ya no me importa la doctrina de nada. Gracias a ello podemos abandonar, olvidar, despreciar, retener, matar, ocultar pistas, considerar la inocencia como un error. Recuperar el Surrealismo, incluso conocerlo, en sus diversas sedes en América Latina, requiere de una mente abierta, dispuesta a aprender las lecciones del abismo. Algo ya ha sido escrito y publicado. Sólo tenemos que salir a buscarlo.



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