La escritora, académica, periodista y traductora Moira Bailey J. envía desde México este texto acerca del más reciente poemario de Vadik Barron, Urdimbre (Editorial 3600, 2023)
Los poemas de Urdimbre, el poemario más reciente de Vadik Barrón, no han dejado de dar vueltas en torno a mí desde la primera lectura unos días atrás. ¿Qué se espera que diga alguien que comenta un libro de poesía, que después de leerlo siente temor de que empiece a moverse como una pequeña criatura por el torrente de vida y fuerza que encierra?
En sentido estricto, urdimbre es un conjunto de hilos colocados en paralelo a lo largo de un telar para pasar por ellos la trama y formar un tejido. Los poemas de Vadik son atravesados por las hebras más diversas, tomadas de campos y tiempos múltiples y dispares, pero se las arreglan para acomodarse hábilmente y poder lograr un sentido nuevo, la invención de una imagen, la conexión de ideas que nunca habían estado unidas.
La poesía ilumina, guía, a veces entristece, genera sonidos, revela verdades escondidas; y todo eso va ocurriendo lentamente, a través de las palabras distribuidas en formas singulares a lo largo de una página. En vez de preguntarnos qué dice, en este caso es pertinente indagar en lo que hace, pues en estos poemas un gusano arrastrándose une la vida y la muerte, mientras una jacarandá forma con sus simétricas sílabas un intrincado y hermoso tronco con flores moradas. La memoria es materializada en el pequeño cuerpo de una gallina, que se mantiene erguida, que duerme de pie como le corresponde, que trabaja arduamente durante su corta existencia para cumplir con su cometido demostrando así el carácter esencial de los recuerdos, pero también su fragilidad y repentina desaparición.
¿Qué trata de recuperar el poeta al tramar, confabular, fraguar con hilos insospechados, aparentemente indistintos? Trata tal vez de reinventar vivencias, miradas, invocar ecos remotos. A veces habla una voz misteriosa desde atrás, pero de pronto aparece la primera persona en forma de un murciélago que vive de cabeza y habita las cuevas: soy el negro de la sangre/sobre el negro de la noche.
En hendija fértil, la primera parte, el poeta se acerca a la poesía, al trabajo de los días, al silencio que precede la escritura; también a la alegría de nuevos comienzos, nuevos bríos para enfrentar los días. Historia natural, otra de las partes, está habitada por montañas, océanos furiosos que de pronto dan paso a la calma, ríos incomprensibles que marcan el paso. También hay armadillos y garzas que marcan el cielo como flechas programadas. El color es el capricho de un dios ciego, dice un verso; otros dos versos: todo le cabe al mar/ todo le sobra hablan de muchas cosas, y quizá también del libro de poemas en el que están incluidos. La música es toda la existencia, la fuerza que nos lleva de vuelta al principio del mundo.
Pompeya, la tercera de las partes, está construida a veces por contrarios que complementan a los primeros, aparece La Paz, la Pérez Velasco, el anonimato de las turbas peleando en un poema en el que las rimas y repeticiones de letras magnifican el ruido y la confusión. En “lágrimas” la colocación de las palabras forma una suerte de cascada que cae lenta pero decididamente. El piano es un centro desde el que se construye la casa, la ciudad, el país entero.
Cada una de las partes, y cada poema dentro de ellas son independientes, pero forman un sistema conjunto, predicen una manera de expresión que es familiar pero también novedosa. A momentos, Vadik transita ligero, pero también atraviesa escampados o abismos con valentía y curiosidad, va urdiendo con palabras, gestos, deseos y evocaciones de los que emanan nuevos cantos, nuevas formas de nombrar cosas que ya conocíamos. Termino esta nota con el primer poema del libro desde el que se puede predecir la sutileza y sobriedad en la expresión de Vadik Barrón.
estrellas [2]
nada late en el fuego eterno de las estrellas.
estamos sólo nosotros
y nuestros pies desnudos
en la azorada noche.
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