Continúan las repercusiones del más reciente libro de poemas de Vadik Barron, Urdimbre. Este texto fue leído en la presentación realizada hace unos en Cochabamba por la escritora Lourdes Saavedra.
El libro Urdimbre de Vadik Barrón es una criatura poética. El escritor se convierte en una especie de demiurgo, crea cosmos y microcosmos compuestos por la exploración del lenguaje como esa casa de astros, música y paisajes interiores que revelan sonidos y colores.
Este poemario obtuvo el segundo lugar en el Concurso Municipal Franz Tamayo el año 2022, presenta una búsqueda constante de la palabra como eterno retorno de los hilos invisibles que Hanah Arendt nombra como “zoe” (la vida animal, autorganizada, salvaje, que fluye y shita más allá de los tiempos y ciclos humanos). Vadik Barrón ensarta el hilo de su composición indicando que “la poesía es un mundo que cuelga de un hilo que nace de la nada” donde se pregunta si es un puñal que nos clavará en la espalda o un puñado de palabras que se despliegan como las alas de un murciélago en la noche. Es en este fluir y transcurrir de sus versos se tejen tres secciones del libro: 1) hendija fértil, 2) historia natural y 3) Pompeya.
La primera parte, nos permite ser testigos de la hendija, la ranura que se abre al infinito, la memoria, como una “gallina preñada de su propia muerte”. O de las estrellas que nos regalan su lumbre hasta el amanecer entre el silencio y la noche. El inicio de este libro, contempla el origen desde lo cíclico, el sonido del manantial y la imposibilidad de nombrar el silencio.
La segunda parte: Historia natural, nos sumerge en el tintineo de la naturaleza de las criaturas que ya no penden de un hilo del rayo selenita la noche sino del rugir del mar, de la montaña de las penínsulas con la soledad de la tierra en el mar y de garza “que trasunta su fulgor blanco y se despliega sobre sí misma”. En esta sección, tenemos el aullido de esa criatura poética donde se dilata y contrae el universo de música hilada e impalpable, como la buena armonía de un piano.
Llama la atención la imagen de la rueda que hace alusión al devenir imparable de la vida así como la de un cassete que sigue el curso de la cinta hasta romperse nos lleva a preguntarnos: ¿qué sería la rueda sin el vacío?
La tercera parte, Pompeya, es un canto a la urbe que se nutre de sus excesos y cuyo sol tiene el color de la cerveza. Desde la Pérez Velasco, el Illimani solo pueden vivir de la turba y, como dice Canetti, “la masa como el lugar de contacto de interacción y lo que nos hace más humanos que dioses solitarios”. Cabe destacar que la noche es una epistemología que abre su boca a sus habitantes que muestran sus colmillos y en sus fauces está la ciudad recreándose en los poemas de Vadik.
Leer este poemario es transitar in crescendo una serie de urdimbres, hiladas al calor de la rueca de los días, del Big Bang del cosmos, desde el primer punto tejido por las estrellas que se expanden con el brillo de un fuego que se difumina en la mañana, ya sean los árboles, las montañas o los murciélagos, conforman los círculos palabras que van hilando este tejido de versos y universos que conforman ciudades mosaico y paisajes interiores donde la poesía pende de un hilo que anuda la posibilidad de la contemplación.