Un poco de amnesia en vez de anestesia
- martin zelaya
- 2 abr
- 3 Min. de lectura
Una extraña y adictiva novela: Las tempestálidas (Fulgencio Pimentel, 2023), con la que el búlgaro Gueorgui Gospódinov ganó el Premio Booker 2023.

Y, así, el pasado salió a conquistar el mundo…
Gospódinov
El narrador coprotagonista tenía pensado como tema de una novela la historia de un geriátrico en el que se ambientara distintas épocas pasadas para mejorar la calidad de vida de pacientes con Alzheimer o demencia senil, pero un día descubre que alguien ya está llevando a la práctica el proyecto: la residencia multitemporal, no ya la novela.
Poco después, se entera que quien está a cargo es un viejo conocido suyo a quien le encantaba imaginar y llevar a la práctica estrictamente que vivía en los años 30: Agustín Garibaldi, a quién cambia de nombre por el de su fallido protagonista de la nunca escrita novela: Gaustín. No pasa mucho tiempo hasta que se encuentran, Gaustín le propone sumarse al proyecto y así ambos inician lo que se convierte en una imprevisible ola que arrasa Europa como una peste: una corriente de cambio de época consensuado.
En Las tempestálidas, ganadora del Booker 2023, el autor búlgaro desmenuza las diferentes formas de encarar el tiempo, la memoria y, ante todo, la carga y determinancia del pasado. Es, entonces, una novela sobre el olvido como una forma de desaparición y sobre el derecho a no sufrir o, más bien, a disfrutar a pesar de todo.
Generamos pasado sin cesar. Somos fábricas de pasado. Máquinas vivientes de producir pasado, qué si no. Comemos tiempo y generamos pasado. Ni siquiera la muerte es una solución. La persona se ha ido pero su pasado permanece. ¿Adónde va después todo ese pasado personal? (153)
Pero también es una novela que interpela el presente desde la decadencia actual y la tragedia que proyecta el futuro. El vacío y sinsentido de la vida hipertecnificada puede llevar a un extremismo y fundamentalismo retrógradas. Ante el terror de lo que viene, ¿no es preferible refugiarse en un tiempo arcaico pero seguro y desprovisto de incertidumbre?
No es esta fascinación por el pasado, al fin y al cabo, un intento de alcanzar ese lugar intacto, por remoto que esté, en el que las cosas permanecen enteras, en el que huele a césped, en el que observas a bocajarro la rosa y su laberinto. Digo lugar, pero es más bien un tiempo, un lugar en el tiempo. (200)
La clínica de Gaustín tiene resonante éxito y cada vez se replica más épocas. Pronto otros copian la iniciativa; no mucho después, barrios enteros de diferentes ciudades y países empiezan a hacer recreaciones de época y no pasa mucho tiempo para que la mayoría de las naciones de la Unión Europea vayan a un referéndum en el que los más eligen volver a los 80 –seguidos por los 90, los 70 y los 60. Poco a poco la dinámica gira en torno a reproducir cada vez de manera más fiel hechos clave: revoluciones, atentados, inicios de guerra y regímenes totalitarios, de liberaciones y cambios de timón… con heridos y muertos incluidos.
Así, la obra es también es una advertencia sobre el peligro de sucumbir al facilismo y la ligereza con las que a veces se toman decisiones cruciales en estos tiempos del apresuramiento general y de lo hiper instantáneo. ¿Vale la pena seguir (vivos) sin tener el bagaje como referencia? ¿Es un hombre sin memoria aún un ser o tan solo un ente automático? La memoria y el pasado como patrimonio fundamental.
Más temprano que tarde, como se deja entrever en las páginas finales, se hace evidente que la utopía de encapsular el tiempo es solo eso: una ilusión imposible. No se puede ir a contrarreloj; no se puede detener las manecillas; no se puede fingir, pretender, jugar a lo contrario por más organizado y unánime que sea, pues, irremisiblemente, esto lleva a una espiral con desenlace fatal: de tanta sobredosis de pasado, se pierde la memoria y el futuro se condena a la repetición.
Sucede en realidad que el cuerpo es piadoso por naturaleza: al final, un poco de amnesia en vez de anestesia. Al abandonarnos, la memoria nos deja jugar un poco, por última vez, en los eternos campos de la infancia. Unos cuantos minutos más, te lo suplico, solo cinco, por favor, como en los viejos tiempos, jugando fuera, en la calle, antes de que nos llamen a casa para siempre… (93)
“El pasado no es solo aquello que te ha ocurrido. A veces es aquello que solo has imaginado”, reflexiona en un momento el narrador-protagonista. Al final, el tiempo se trastoca de tal manera que ya no sabe (ya no sabemos) si Gaustín existió o fue solo su creación (o incluso apenas proyecto); y aun más allá, ¿no será que de pronto él no es más que un personaje de recreación?
Comments