Fernanda Verdesoto nos ofrece un recorrido, desde la experiencia crítica, de la más reciente edición del Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz) que en esta gestión cumplió 25 años.
A los 25 años, yo ya tenía una ruta bien marcada, tenía toda la energía del mundo (hoy sé cómo canalizarla mejor), si bien me faltaba seguir creciendo, ya sabía todo lo que quería hacer. A los 25 años, yo trabajaba como bestia (lo sigo haciendo), mi creatividad crecía, ya era personita, con una mente que solamente sabía acelerar.
A los 25 años, el Fitaz es también todas estas cosas.
1. Espectar
Muchas de las obras nacionales presentadas ya las había visto. Amo ser espectadora, me encanta observar y no decir nada hasta que lo digo por escrito. Ser espectadora significa pensar con la mirada, abstraer con los oídos y, de cierta manera, ser acción, moverse. Espectar significa hacer, porque observar es acción demoledora.
Todo empezó el 10 de mayo, cuando se celebró un cumpleaños importante, el 25 del Fitaz. El cumpleaños que nos dice que somos adultos, ya de los grandes, pero que todavía nos falta mucho que recorrer. Los kusillos bailaron para el cumpleañero, hicieron saltar astillas de las tablas del Municipal, y demostraron que ya son toda una tradición. Una inauguración que me hizo dar ganas de ser kusillo, mientras escuchábamos a Maritza Wilde, desde la pantalla, y a Bernardo Arancibia, desde la presencia. Son los únicos dos directores del Fitaz, que han cuidado tan bien a esta wawa y, a la vez, espero que no sean los últimos, pues quiero que el Fitaz sea bicentenario, por lo menos.
Todo empezó con Como Dios manda (Bolivia / El Salvador), una obra que retrata las malas peripecias del alcohol que, si bien me pareció que fue real en esta representación, necesité otro tono para hacerme una mejor idea.
Un vinito, a la casa. Esto recién empieza.
Algo que ocurre mucho en el Fitaz es que hay que tomar decisiones. Sean basadas en el grosor de la billetera, la extensión de nuestros propios horarios de trabajo, en las distancias o en lo que nos presentaban las sinopsis. El sábado 11 me decidí por I killed the Monster (Francia). Una obra muy cortita, pero fascinante. Se trata de una historia sobre salud mental a través del teatro de objetos. Basada en la canción “I killed the Monster” de Daniel Johnson, esta obra nos hizo reír, pensar, repensar, reconsiderar varios puntos en la salud mental: qué es el monstruo, qué eliminamos en nuestra lucha interna. Y sí, una prueba más de que los subtítulos no son enemigos.
Ese día me perdí de Pacífico (Bolivia), pero la recordé muchísimo, porque es una obra que nos hace profundizar sobre los comportamientos masculinos, la Guerra del Pacífico, la inutilidad de nuestros desfiles y cómo desarmar nuestra idiosincrasia. También me perdí de Las cartas que me habitan, una prueba más de cómo el arte puede ser también una fuente histórica, en este caso de las cartas escritas por mujeres en la Guerra del Chaco.
Al día siguiente, el 12, se presentaba Los pueblos del agua, una obra sobre la sequía, sobre cómo podemos entender la falta de agua en el lago, de cómo la reencontramos. El 13 fue día de teatro internacional; no pude asistir a La Celestina (Argentina), y me arrepiento. Me ganó el trabajo y tuve que contentarme con comentarios maravillosos, de cómo el espectador actuó y cómo es posible construir una obra clown sobre un clásico medieval.
También estuvo allí Basura (Bolivia) sobre qué significa la basura que tiramos, qué es lo descartable y qué recuperamos de la basura (aquella que tiramos todos los días, aquello que nunca creímos que estaría allí afuera). Ese mismo día se presentó El orfanato (Chile) de la que escuché muchas opiniones diferentes. Eso es lo que más me importa, la gente habló. Gustó, no gustó, si fue caricatura o fue grotesco, si valía o no la pena representar sangre menstrual o partos violentos. Sinceramente, a mí me hizo pensar mucho sobre qué significa el cuerpo femenino como un elemento del género del terror. Existe una fuerte referencia a la explotación reproductiva de las mujeres: por la indumentaria de conejos o por la trama de pocas palabras; y sostengo que está bien planteada. Si bien creo que su final podría haber ocurrido antes y terminar en una nota más oscura, creo que es una propuesta que vale su análisis aparte.
Entre otras propuestas bolivianas estuvieron Willaku, Doña Gladys y Aparapa. Las tres las vi en otras circunstancias, pero estuvieron presentes representando personajes importantes en la historia cultural de Bolivia: Juan Wallparimachi, Gladys Moreno y Jaime Saenz. El teatro es un gran mecanismo para conocer a mayor profundidad a otros, los que ya no están, los que han dejado tremenda huella artística.
Me perdí de Desmenuzada (Bolivia / Malasia), Rosa (Bolivia) y Príncipe (Bolivia), será la vida, el trabajo, pero me quedé con las ganas de verlas. Habrá que verlas pronto, habrá alguien que me hable sobre ellas y me armaré una imagen mental para comprobarla pronto. A-0 (Bolivia) la vi por otros medios, y me encanta que cada vez más la danza encuentre su lugar en este tipo de festivales.
El domingo 19 llegó la despedida, llegó El desmontaje (Uruguay), clave para cerrar el festival. Sigo pensando en varios puntos importantes de la obra, todavía fresquita. Es una obra absolutamente necesaria para profundizar más nuestro análisis del teatro. No puedo decir mucho, hice un pacto de silencio y mi palabra me lo impide. Pero puedo decir que es un monólogo, que es un documental, que es ficción, que es rendir pleitesía a los Dionisos (el dios, el personaje), es entender un poco más a Jimena Márquez, una persona a la que probablemente no volveré a ver, pero a quien conozco más que a mucha gente que veo diariamente.
2. Conversar
Estuve en el Fitaz también hablando. Es decir, en los conversatorios que organizamos junto a Omar Rocha y Camilo Gil en la Escuela de Espectadores. Como su nombre lo dice, el objetivo es aportar en la formación de público. En el Fitaz estuvimos en diversas obras, para grandes, para chicos y pudimos establecer un pequeño puente entre los artistas y el público, que espero se fortalezca con los años.
Arrancamos con Antígonas (Bolivia), que no es necesariamente una adaptación del texto griego, ni una reinterpretación de las reinterpretaciones que existen sobre este personaje. Creo que es una resignificación de todo lo que representa Antígona a nuestra actualidad. No obstante, si bien Antígona (la griega, la del siglo XX) está allí presente, tampoco lo es todo. Lo que más rescato de nuestro conversatorio es que no, no hay que leer ningunas de las Antígonas para entender esta obra, sino que hay que entenderla a partir de esta representación. El público que no la había leído dio una interpretación valiosa sobre qué significa ser Antígona.
En Dos vidas (Suiza / Bolivia) nos enfocamos en los actores, porque en eso se centra la obra: en las dos vidas de dos actores diferentes, un alemán y un boliviano. Ambos se declaran de clase media, y mediante la actuación y la coreografía podemos entender que son dos vidas muy parecidas y muy distintas a la vez. Resulta que la clase media boliviana y la clase media alemana son dos conceptos muy distintos. El público estaba muy entusiasmado por preguntar y es lo que se busca en la Escuela de Espectadores, darle al público la oportunidad de satisfacer sus curiosidades.
En Ave (Bolivia) yo no pude estar, pero Ave ya se consolidó como una obra para las antologías, una obra que merece su propio artículo. Es una experiencia teatral muy distinta que redefine la palabra renacer.
Por otro lado, se encuentra la conexión de niños y niñas con una obra teatral. Fue nuestro primer intento de Escuela de Espectadorcitos y me llevo una sensación de ternura que no me la quita nadie. Estuvimos conversando con las niñas y niños después de De brujos y artilugios (Bolivia) y Astronauta (Bolivia). En la primera obra, los chiquitos y chiquitas se identificaron con los brujos y nos lo dejaron saber, quisieron aprender cómo se hacían los muñecos gigantes y cómo se trabaja con luz negra. Aprendieron que, si trabajan juntos, las cosas salen mejor. Los chicos en el teatro se ríen, entienden por qué, observan cosas y es necesario ayudarlos a canalizar mucho mejor sus ideas, preguntarles, que saben muy bien qué responder.
En Astronauta, los niños y niñas respondieron a preguntas complejas, más allá de qué les gustó: qué es el infinito, cómo es la relación entre personajes, qué significa ser astronauta. Estas preguntas son las esenciales para una obra como esta (que a veces siento que es más para los padres y madres que para sus hijos). Es una obra sobre dejar ir, dejar todo listo que el hijo o hija pueda viajar sin más ayuda, todo dentro de una metáfora espacial que me hizo dar ganas de llamar a mi mamá. Los chiquitos y chiquitas saben más sobre dejar ir de lo que imaginamos.
Los más chiquititos tienen mucho que decir, a veces, incluso más que los adultos.
3. Aprender
Hay que aprovechar los espacios fuera de las tablas. Hay que aprender a leer teatro y a hacer teatro, no solamente observarlo. Desde el anterior Fitaz que hay nuevas experiencias, y ahora no se quedó atrás. El festival se trata de aprender, de experimentar, de equivocarse, de adentrarse a lo que no conocemos. Por esto mismo creo que fue importante la creación de talleres, conversatorios y publicaciones de libros. Se aprende en todo lado: leyendo, dialogando, haciendo. Los conversatorios sobre dramaturgia o producción fueron semillas para ponerse a hacer algo. Los libros publicados por el proyecto Intersecciones o la memoria de 25 años del Fitaz son esenciales para expandir el teatro hasta el papel impreso. No solamente los espectadores aprenden, los artistas se empapan y conocen más a su público. No hay espacio pedagógico teatral más grande que el Fitaz.
4. Decir adiós
Cerrar el Fitaz siempre es triste. Me encanta encontrarme con quienes respiran arte, con los corredores que vuelan desde el centro hasta la zona sur y viceversa, con los de siempre, con los nuevos, con los que experimentan, los que entran por primera vez a un teatro, con los niños, con los amigos, con los criticones, con los aprovechan de promocionar su próximo proyecto, con los estudiantes, con los obsesionados, con quienes no dejan de hablar, con la gente agotada, con los chachones del trabajo, con los fantasmas.
El Fitaz cerró con un video, in memoriam, de los y las agentes de la cultura que nos dejaron entre festivales. Lloré con mis muertos de la pantalla y no supe más qué hacer. Me fui, salí de diez días de fiesta. En nuestra resaca teatral, arropamos al Kusillo y lo despertaremos en dos años, con el objetivo de que cumpla otros 25 años más, siempre con nuestra presencia en los teatros.
Fotos: Gentileza Prensa Fitaz
コメント