Reseña de Willaku, obra que se presentará este miércoles 15 de mayo a las 19:30, en el Teatro Municipal, en el marco del Fitaz.
Igual que el sol
fulguran para mí
tus ojos.
En tu faz se abren,
para regalo mío,
todas las flores.
Juan Wallparrimachi
Llego tarde, pero a la vez temprano para esta reseña. Willaku se estrenó hace unos meses en el Teatro Doña Albina, pero vuelve a las tablas del Teatro Municipal para el Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz). Hace tiempo que me picaban las manos por escribir algo acerca de esta obra, pues todavía me habla, incluso después de tantos meses.
Willaku nos retrata sobre la vida de Juan Wallparrimachi, que vivió y peleó bajo el ala de Manuel Padilla y Juana Azurduy. Nos representa a ese personaje que, en momentos de calma en medio del caos independentista, escribía poesía sobre los amores y la naturaleza en tono nostálgico. Un hombre que luchaba contra el olvido y que, en ocasiones, perdió de forma desoladora. Ahora, en el teatro, gana.
En esta obra tenemos a un Juan Wallparrimachi desdoblado; es decir, dividido en tres personajes diferentes. Como una santísima trinidad de la poesía, en el que los tres son uno y uno son los tres, el Wallparrimachi escénico muestra todas sus facetas. Es la imagen de él en perfecta coreografía con él mismo. Tenemos al hijo, al amante, al guerrero; todos entretejidos para narrar a una sola persona. ¿Es que realmente todos tenemos un doppelgänger adentro? Y sí. La obra nos muestra los dobles que este personaje tenía dentro. Nos explica cómo puede amar tanto, extrañar así a su madre, admirar a la naturaleza, todo mientras revolea la honda, mientras la violencia escala.
Es que eso es lo que pasa con los poetas: saben desdoblarse, saben encontrar esos otros niveles de la vida que vale la pena no olvidar; saben que es posible hallar un sentido, más allá del sinsentido de la muerte y el olvido. No obstante, desdoblarse significa también reencontrarse, por eso los tres Wallparrimachis de Willaku se hablan, se acercan, se quieren entre sí.
En Willaku hay una sombra textual que siempre está encima de los Wallparrimachis de la escena: el juku, ave de mala suerte que a todos nos persigue, pues la muerte nos acosa. ¿Hasta dónde llega la capacidad simbólica de este animalito? Al poeta, el juku lo hostiga, le dice constantemente que va a morir, porque es soldado, porque es poeta. Juan vivió solamente 21 años, y el juku nos lo recuerda todo el tiempo durante la obra. El juku, la madre, la mujer amada, ¿es una forma de representación donde solo amando se llega tranquilamente a morir? ¿Amar nos hace recordar y ser recordados? El amor de Wallparrimachi es enorme, su origen es lo que lo llevó al olvido, pero su amor es lo que lo trajo de nuevo al mundo de la memoria, aquí, en forma de poesía escénica.
Para hablar de lo técnico, hay que referirse al diseño de luz. Mi primera impresión fue la de estar dentro de un tejido jalq’a. Como espectadora, sentí como si los tres Wallparrimachis fueran un pequeño hilo. El Ukhu Pacha, el Kay Pacha y el Hanaq Pacha aparecen constantemente en la obra, pero, más que todo, en la propuesta escénica. El texto recuerda constantemente las diferentes facetas del poeta; sin embargo, la luz y la escenografía nos llevaban a los diferentes niveles de existencia, por donde seguramente atravesó el poeta-hijo-indio-guerrero-amante.
Tal vez el inframundo es el olvido, no lo sé. Lo que sí sé es que Juan Wallparrimachi fue y volvió. Y que el juku seguirá cantando en los escenarios.
Ficha técnica
Dramaturgia y dirección: Darío Torres
Actuación: Luis Aduviri, Julio Guzmán, Fernando Zambrana
Voz en off: Rina Gutiérrez
Escenografía: Luis Aduviri
Composición musical: Lucas Achirico
Voz. Composición musical: Naomi Achirico
Arreglo musical: Bernardo Rosado
Coproducción Sucre-Yotala Teatro La Cueva y Teatro Para el Camino
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