Hoy se cumplen 50 años del lanzamiento de The Dark Side Of the Moon (El lado oscuro de la luna), de Pink Floyd, uno de los álbumes conceptuales más importantes y más influyentes de la historia del rock.
Hace algunos años en el documental Classic Album The Dark Side Of The Moon, realizado por la productora Eagle Vision, el guitarrista de Pink Floyd, David Gilmour, reflexionaba: “quisiera haber tenido el placer de haber escuchado por primera vez The Dark Side of The Moon (TDSOTM)” expresión que explica cuál fue el impacto y asombro en millones de mortales sobre la tierra al balancear la aguja en el surco y dar pie a los primeros segundos de esta obra fundamental de la década del 70. El tótem fue publicado el 1 de marzo en los Estados Unidos, vale decir, hace 50 años, mientras que en Inglaterra fue lanzado el 23 de marzo de 1973 por el sello “bizarro” Harvest, de EMI (código SHVL 804, 1E 064 o 05249).
La obra fue posible por una coincidencia creativa de “los elementos” que conformaron esa entidad química llamada Pink Floyd: Nick Mason (1945), Richard Wright (1945-2008), David Gilmour (1946) y Roger Waters (1944), sumados a los no menos talentosos Chris Thomas, como productor, y un brillante Alan Parsons como ingeniero de sonido (quien llegó con el currículo bajo el brazo de haber apoyado en obras determinantes de Los Beatles), quienes concibieron el innegable referente en los míticos estudios EMI en Abbey Road (Londres, Inglaterra) durante 1972.
En el proceso de construcción del disco la suite, a manera de testeo, fue tocada en varios conciertos durante 1972 y “On The Run” destaca por su singularidad: una larga improvisación que, para consuelo de fans, subsiste en varias ediciones disponibles en formato físico y digital, legal e ilegal, estas últimas desparramadas por la autopista informática.
Si bien el Long Play (LP) solo llegó al puesto 2 de las listas inglesas, continuó su andar de manera ascendente, permaneciendo durante 15 años continuos –725 semanas– entre los 200 discos más vendidos en los charts norteamericanos; un récord histórico. Como su interpretación en vivo era casi obligatoria incluso desde la promoción del álbum, hubo al menos 385 presentaciones hasta 1975, luego se dejaron de hacer durante 20 años y el repertorio volvió a ejecutarse en la gira de presentación del disco Division Bell (1994-95), por las tres cuartas partes de la banda, y luego por Waters, en calidad de solista, durante el año 2007 y en su última gira el pasado 2022.
Pink Floyd dejó un legado que ha entrado en una dinámica de revalorización continua, como lo demuestran las permanentes reediciones, incluidos los sufribles, económicamente hablando, boxsets, con nuevas mezclas, versiones alternativas, etc., que no dejaron de generar una ávida –y contradictoria– demanda por el disco que alimenta ese consumismo que es tan criticado en las letras. Valga decir en este punto que el disco está sujeto a procesos de redescubrimiento casi perpetuo, acogido por nuevas generaciones alrededor del mundo y, en la actualidad, en una diversidad de versiones de bandas tributo y artistas de variadas orientaciones musicales.
A esto se agregan otros matices que magnifican aún más la leyenda del grupo, como una estadística de mediados de los 90 que comprobó que, de cada cinco ingleses, uno poseía una copia de TDSOTM en sus hogares; o como esta curiosa interrelación: al iniciar la reproducción del CD de manera paralela al filme El mago de Oz (1939) de Victor Fleming, se evidencia una exacta sincronía entre la música y las escenas. Y a no olvidar detalles no menos relevantes ,al estilo “beatle”, que se aprecia en algunas ediciones del disco en las que al finalizar el lado 2 –claro está, en la versión en vinil– se escucha una breve pista “escondida”, solo audible a un muy alto volumen.
Pues bien, más allá de estos elementos que le otorgan un bonus de magia, la pregunta es: ¿qué hace que una obra como el TDSOTM traspase las fronteras e idiomas y suene con frescura en la actualidad?
Esta pregunta parece difícil de responder; sin embargo, la connotación histórica en que fue desarrollada la obra es determinante para su consolidación y para la identificación plena de varias generaciones. Revisemos algunos eventos. Iniciados los 70, la administración de Richard Nixon reprimía brutalmente a los estudiantes que se oponían a la intervención en Vietnam, dando la estocada final a los sueños hippies; por otra parte, se consolidaba a nivel internacional un mercado financiero especulativo que dio lugar más tarde a los denominados petrodólares que llenaron las billeteras de banqueros e inversionistas, pero originaron a la vez una elevación en la materia prima para la elaboración de discos de vinil, el petróleo.
En este contexto, la obra hace una representación de las sociedades de primer mundo aturdidas por la rutina, la locura, el consumismo, que son temas que martillean de manera rutilante todo el disco que, a no olvidar, fue concebido como una cámara que fotografía “todas las presiones de la vida moderna que pueden llevarnos a la locura” (Gilmour).
La portada
La reconocible iconografía: un prisma que refracta la luz, se convirtió en una pieza icónica de la cultura pop al punto que, en sus días de vigencia, pasear con el disco o tenerlo en el estante otorgaba cierto estatus. No obstante, antes de su publicación, los ejecutivos de EMI no pensaban así y se negaban a publicar un disco sin la fotografía del grupo en tapa, argumentando: “¿quién comprará un álbum sin reconocer a sus ejecutantes?”. La obra de Storm Thorgerson y Aubrey Powell del colectivo Hipgnosis era un encargo del grupo, por lo tanto, se mantuvieron férreos a la decisión de que el arte debiera salir tal cual. Sin embargo, hicieron algunas concesiones: la banda pensaba en un pavking más robusto, una caja, pero EMI en definitiva no accedió y el álbum salió con ese prisma que conecta los colores internos de la portada, fenómeno físico improbable que pareciera reflejar la psicología del hombre común. Como elemento sustancial este álbum fue el primero y sigue siendo el único de Pink Floyd que incluye las letras de las canciones que, valga señalar, destacan la genialidad letrista de Roger Waters.
Un retrato del disco
La placa se inicia con un tenebroso latido de corazón, el estruendo de una máquina registradora y una perenne risa maniaca que da paso a “Speak To Me”, la intro de la sutil “Breathe And The Air” que parece susurrarnos al oído y dar lugar al siniestro toque de “On The Run”, escenificada en pantalla gigante para los shows en vivo con un paciente transportado en camilla que recorre los pasillos de un sanatorio a toda velocidad, mientras un hombre con la mirada exorbitada y fija sale disparado.
En el firmamento azul y un amarillo tenue aparecen sorpresivamente decenas de relojes para dar lugar a “Time” perfectamente empalmado con el inicio cacofónico, dando lugar, apoteósicamente, a los tambores atronadores de Mason. En un guiño se retorna a “Breathe…” y se prepara suficiente ambiente para la canción más seductora sobre la muerte: “The Great Gig In The Sky”, una composición de Rick Wrigth, que se enriquece con la magistral interpretación de Clare Torry y un coro casi ad infinitum que estremece.
Dando la vuelta el disco de vinil al lado 2 está “Money” con un contundente Dick Parry en el saxo durante una transición y bienvenida a “Us And Them” (una joyita descartada del soundtrack de la película Zabriski Point de Miguel Angelo Antonini), otra estocada de Wright con la intervención de Parry al saxo, esta vez inversa a la de Money, casi murmurada. Se da pie al optimista “Any Color You Like”; luego ingresa “Eclipse” y parecen hacerse presentes todos los fantasmas de Roger: es el tema que más se acerca al título original del disco y tiene la frase ya clásica “no existe un lado oscuro de la luna, de hecho, toda está oscura”.
Epílogo
Algunos considerarán que la época más brillante de Pink Floyd fue la psicodélica (bajo el liderazgo de Syd Barret), otros piensan que el posterior Wish You Were Here es superior; sin embargo, más allá de estas u otras consideraciones, es indudable que TDSOTM marcó un antes y un después en la historia de la música contemporánea (técnica y estéticamente), y que los elementos que la constituyen siguen siendo un canon indeleble en cada generación que lo redescubre.
Ya hacen más de tres décadas desde la madrugada en que lo escuché por primera vez y hasta el momento de concluir estas líneas me es difícil describir con exactitud qué es lo que me fascina de este disco. Lo que sí puedo decir, con total seguridad, es que llegó para quedarse para siempre en la mente, el alma y los sentidos de millones alrededor de este mundo que observa, casi taciturno, el lado oscuro de la luna.
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