Un texto sobre Memoria solicitada, de Blanca Wiethüchter, a propósito de la edición que Dum Dum lanzará en la FIL La Paz, como parte de un proyecto del Goethe y cuatro editoriales que reeditan la obra de la poeta paceña.
Con la nueva edición de Memoria solicitada (Dum Dum, 2024), el testimonio/retrato/poema/invocación que Blanca Wiethüchter escribió en torno a su amistad con Jaime Saenz, nos encontramos ante un verdadero acontecimiento. Literario, sí, sobre todo si tomamos en cuenta que los protagonistas son dos de los más importantes escritores bolivianos del siglo XX, pero principalmente existencial, porque a través de sus páginas nos internamos, como quien recorre las montañas paceñas, en los territorios escritos de una amistad que es indisociable de la obra de ambos y que, al igual que esta, fue una indagación constante del misterio insondable y mágico que atraviesa la existencia. Ni más ni menos.
Y, sin embargo, como bien muestra este libro, la manera de acometer esta ardua tarea en muchas ocasiones adquirió la forma del juego, de la fiesta, de la celebración, siempre con el lenguaje y sus vericuetos en el centro. En otras, el tránsito era difícil, oscuro y solitario. “Su soledad me hería”, escribe la poeta, para preguntarse más adelante qué había de particular en ella, si finalmente “todos nosotros somos solos”. Sin embargo, continúa, había algo “escalofriante, aterrador y frío” en ese estar solo de Saenz. Algo que constituía también el centro de su exploración poética y vital, ese impulso hacia el conocimiento que solo se alcanza en la cercanía de la muerte.
Al mismo tiempo, las distintas partes del libro, que recorren varios episodios de la relación entre los escritores, desde la agonía hasta el primer encuentro, sin obedecer a ninguna cronología porque “la memoria tiene un gobierno autónomo”, constituyen un testimonio de vitalidad absoluta, de algarabía y de afectos, de cuidados y de ternura, a pesar de que, como apunta Wiethüchter, en la soledad desolada de su amigo parecía no caber demasiado de esta última. Quizás porque la vida del escritor, como su obra, estaba llena de paradojas que hacen complicada cualquier afirmación que no se haga cargo de su reverso, cualquier escritura que no contemple en sí misma su incapacidad para dar cuenta de las extrañas cosas familiares, del dolor vibrante, de lo terrible y lo prodigioso. Porque solo la escritura salva, modificando la frase de Goethe con la que Jaime en cierta forma se despidió de Blanca, del abismo iluminado del que únicamente la escritura tiene la llave.
Este libro híbrido, que atraviesa géneros que se van moldeando según dicta la memoria, con versos que en ocasiones irrumpen en medio de la prosa porque así lo requiere la emoción, es también –y quizás, sobre todo– un ejercicio para convocar, a través de la escritura, a un amigo muerto para, entre otras cosas, “hacer partícipe al lector de una presencia tan extraordinaria”.
Se trata, entonces, de un hacer memoria que se proyecta constantemente hacia el futuro. No en vano mientras Wiethüchter estuvo viva, con cada nueva edición, el libro fue creciendo en textos, como una larga chalina, similar a la que le tejió y que él llevó durante años, en la que se encuentran entretejidas la escritura de ambos.
Y como la amistad también implica el conocimiento íntimo de la sintaxis del otro, la capacidad de replicar sus giros y texturas, escribir, en sentido profundo, bajo su signo, Memoria solicitada concluye con tres relatos que recuerdan poderosamente a ese universo saenzeano, sostenido por el vínculo indisoluble entre escritura y vida.
Mención especial merece el maravilloso retrato vital de la tía Esther, que nos deja entrever el mundo que había detrás de ese mundo construido alrededor del cuidado que, sin lugar a dudas, hizo posible que el escritor se entregara a la búsqueda constante de la revelación.
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