Una reflexión acerca del oficio de actuar como espejo de la realidad y como un método de alcanzar la verdad propia.
Recientemente me enganché con Barry, una serie de HBO –excelente– que trata de un exsoldado estadounidense que después de su “servicio” se convierte en asesino a sueldo. Un día, mientras cumplía una misión de asesinato, llega a una clase de teatro y decide que su destino es ser actor. En todo este embrollo muy divertido, Barry, el protagonista, empieza a conocer el porqué de su presente criminal y cómo eliminar esa violencia de su vida.
Traemos esta serie a este artículo para poder analizar bien cómo es que el teatro puede ser realmente una forma de cambiar perspectivas acerca de nosotros mismos y de nuestra forma de conocer el mundo. En Bolivia la formación actoral es limitada porque, en primer lugar, no tenemos autoridades que consideren la actuación como una profesión ni tampoco hay interés en la población en formarse como actores o actrices. Seguimos pensando en la actuación como juego, como mero entretenimiento, algo en lo que no se necesita formación y por lo tanto debe ser gratis (el caso Albertina puso en debate este aspecto) y, al fin y al cabo, los artistas tienen otro “trabajo de verdad” por lo que el arte no precisa de apoyo.
Sin embargo, los actores en Bolivia, si es que no pudieron salir para formarse en el extranjero, tuvieron que formarse “picoteando” de aquí y de allá. Algunos tuvieron la suerte de estar en la Escuela Nacional de Teatro (siempre en peligro de extinción) o rebotar entre talleres, que siempre los grandes tienen una posibilidad de dar. Pero, de estos pocos talleres, ¿qué es lo que se puede recuperar? ¿Cómo pueden unos cuantos talleres impactar en la población de un país?
En Barry hay un chiste recurrente que es que Barry es un mal actor, recién está comenzando, pero solo cuando se sincera, cuando dice la verdad (admite que mató a mucha gente, está dolido por haber cometido un asesinato, etc.), es el único momento en que su profesor y la clase de teatro ven a un verdadero actor con talento. Y la cuestión es que esto es muy cierto: solo cuando los actores pueden sincerarse las actuaciones en teatro llegan a la excelencia. Actuar no significa fingir, significa encontrar verdades de una sociedad y descubrir verdades acerca de uno mismo. Tanto en la serie, como en nuestros escenarios, el oficio de actor/actriz es la forma en la que realmente se puede “rebelar” las verdades (así, con b).
Este fin de semana (30-31 de julio) se presentan dos obras en las que la honestidad brutal de la actuación es la forma para reinterpretarnos a nosotros mismos. El salto (sábado 30, 18.00, en El Gallinero, Espacio Cultural) muestra el movimiento de un actor sumergido en el monólogo, un método para conocerse a sí mismo; pero por su intermedio, el espectador conoce también una nueva faceta del tipo de soledad vigente en la ciudad de La Paz. Con las botas bien puestas (sábado 30, domingo 31, 17.00, en El Búnker) es una obra donde cuatro actrices, desde diferentes tonos, personalidades y personajes, hacen al espectador dialogar con la mismísima violencia del país.
Actuar, ver actuar. ¿Cómo más vamos a conocernos, cómo más vamos a entender cómo llegar a la mejor versión de nosotros mismos? Si no es con estas obras que mencioné, será con otras. Eso tiene el teatro, siempre hay una que nos va a pinchar, que va a incomodar. Siempre hay una que nos hace dar cuenta que, de vez en cuando, necesitamos ser reales y comenzar a actuar.
“Actuar no significa fingir, significa encontrar verdades de una sociedad y descubrir verdades acerca de uno mismo”.
Comments