Reproducimos el discurso que ofreció Camilo Gil Ostria en la presentación de la editorial Intersecciones y de las Obras selectas de Claudia Eid.
Cuando empecé a escribir esto pensaba en hablar sobre Claudia, a quien agradezco infinitamente por confiar en nosotros, jóvenes sin experiencia editorial, sobre su obra cuyas provocaciones (en parte) acabamos de ver en escena. También pensé en quejarme de la ausencia de apoyos privados o públicos a estos emprendimientos que seguirán –¡qué bestias!– a pesar de todo, contra todo. Sin embargo, terminé por decantarme por otro tema del que quisiera hablar, pues me llamó la atención escucharlo de voces de artistas y familiares, y es fundamental para una editorial especializada en dramaturgia como la que hoy presentamos: ¿el teatro se lee? Y si es así, ¿por qué?
La respuesta a la pregunta se confirma en mi vida una y otra vez: quizás porque hace dos Fitaz, cuando vine a ver un montaje de Shakespeare “tal cual su texto”, salí asqueado, pero no por ello amando menos a Shakespeare. Reconocí que en escena el texto sonaba desactualizado, demodé, fuera de tiempo, anacrónico. Lo mismo me sucedió con grandes obras de la literatura universal: la película de La vida es sueño, no le hace honor a Calderón de la Barca, o no me imagino un montaje de Empeños de una casa que logre que la propia Sor Juana suelte una risa. Lo mismo me sucede con La calle del pecado cuyos montajes me espantan, pero cuyo texto me enamora. Finalmente, hablamos de dos cosas distintas que nunca pueden encontrarse del todo: el cuerpo y la letra.
Y habrá que decir además que la letra tiene una ventaja por sobre el cuerpo: pues este último es uno. Te tocó nacer con una nariz, una voz, una altura, modificables sí, quizás un poco, pero que mantendrán rasgos inalterables. Mientras que la letra es indefinida, más abstracta, y por lo tanto permite muchos más sentidos.
Eid, siguiendo la tradición de estos grandes dramaturgos, parece jugar con ello, pues inicia Desaparecidos, la primera de las nueve obras presentadas en este volumen, de la siguiente manera:
El lugar donde se encuentran los personajes es totalmente libre. (37)
Esto en el texto permite al lector/a imaginar: estarán en un búnker, en un parque, en una oficina o una carnicería… Y mucho más que imaginar (ejercicio a veces infantil) interpretar: y quizás libre aquí es un adjetivo que marca la lógica en que se relacionan los personajes, desde una igualdad utópica que marca la poética de Eid. En escena, el director/a deberá decidir un lugar: las interpretaciones se reducirán. Lo mismo con cualquier frase que, dicha con un tono u otro, cambia su sentido. Por ejemplo, cuando Petra dice:
Yo he dejado de pertenecer
Y cuando me preguntan de dónde soy, digo
que soy de mi país, pero a veces en mi país también me preguntan de dónde soy.
Si la frase se lee con solemnidad, esta no-identidad se podría interpretar de forma negativa, con tristeza. Sin embargo, ninguna pauta del texto dice que así debería ser. ¿Qué pasaría si la leo de una forma festiva, entre risas: ¡yo he dejado de pertenecer!? ¿No cambia acaso el sentido completo de la obra y de la frase? ¿De la poética de Eid que, como toda obra potente, camina los senderos múltiples de la polisemia?
El director/a, nuevamente, deberá indicarle a su actor un tono de voz y el mismo cuerpo del actor no podrá más que darle una sola intención. Por todo ello es que, usualmente, las puestas en escena no envejecen bien, mientras que los textos suelen pasar el tiempo resistiendo los embates de las modas: se trata de mantener un lenguaje para que, ante los ojos del lector, se insufle del hálito vital de su mirada, de su actualidad.
A pesar de todo ello, es cierto que, aunque el teatro debería ser uno de los géneros más leídos en los colegios, cada vez se lee menos y las editoriales, que solo siguen una lógica comercial, lo publican cada vez menos. Proyecto Intersecciones quiere ir a contracorriente de esto. Pensamos entonces que el teatro se lee y que leer es leerse. Pensamos en la potencia de la letra y sus encuentros con el cuerpo y el pensamiento. Pero este ideal solo se podrá sostener con el apoyo de cada uno de ustedes: autores, teatreros, periodistas, amigos…
Finalizo con una frase de Carlos Medinaceli, que en una carta a su amigo Enrique Viaña, le dice: “Edita, date a conocer, valorízate. Solo valemos por nuestra obra, Enrique”. Su consejo es cierto, pero también solo valemos por cómo esa obra llegue a la gente. Cuando los libros llegaron a mi casa, ante la mirada asustada de mi padre que quizás se sigue preguntando que qué haré con 200 ejemplares, pensé en ladrillos (son más grandes de los me imaginaba). Ladrillos con los que, con su apoyo, podremos construir una casa diferente a esta que, como bien retrata Eid en su última obra La casa, es hoy un espacio de violencia, de indiferencia ante esa violencia, de complicidad con ella… Leamos entonces estos libros/ladrillos para poder seguir soñando utopías y hacer las utopías menos utópicas.
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