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Foto del escritorvadik barron

Planeta Gilmour

El pasado 6 de septiembre, el cantautor y guitarrista inglés David Gilmour lanzó su quinto álbum de estudio como solista, Luck and Strange, un despliegue de oficio y solidez. Aquí una aproximación a esta esperada obra.


Empecemos por decir gracias. El nuevo álbum de Gilmour exhibe una claridad sonora y musical apabullante, sobre todo en lo que se refiere al sonido de las guitarras, lo que apuntala el peculiar y preciso toque (y ataque) del ex Pink Floyd.

 

“Black Cat” es un hilo de humo que flota dentro de tu cabeza, una perfecta bomba de prueba con un piano incisivo y una guitarra filosa. Y Gilmour nos interna en su planeta.

 

“Luck and Strange”, la canción, nos recuerda el sonido de A Momentary Lapse of Reason (1987), el fraseo vocal y el contrapunto del órgano remiten vagamente a “Money”, del vertebral Dark Side Of The Moon (1973), y hay pasajes que retrotraen The Division Bell(1994) y la gira Pulse (1995). Rock, a secas. Y hay un clima opresivo y oscuro: “a dark thought in the dark” (“un pensamiento oscuro en la oscuridad”).

 

“The Piper’s Call” ofrece texturas de guitarra que son marca registrada de Gilmour –vibratos agudos, rasgueo acústico y slide–, a la vez que permite un desarrollo también muy distintivo de sus composiciones: un aura de misterio inicial, en una suerte de presentación de la canción, un coro sentido y épico, y un outro desatado, con una intensificación explosiva, cuasi caótica, si no fuera por la mesura proverbial del guitarrista. Ah, y en la bata, Steve Gadd.

 

“A Single Spark” coquetea elegantemente con la bossanova, pero siempre mantiene su “rockeridad” y compostura brit gracias a esa atmósfera enrarecida de sintetizadores y capas de guitarras. Un exquisito solo final (ya sobre una “cama” de cuerdas más bien anticuada) con esos licks que le son tan propios, remata un tema que, como los del álbum en general, nos muestra a Gilmour como se proyecta públicamente los últimos años, en una apacible vida familiar, amorosa y retirada. (Una preguntita para IA: ¿sonaría a The Beatles si la cantara Paul McCartney?).

 

“Vita Brevis” es un sabroso y brevísimo interludio con una amplia presencia de cuerdas, donde brilla una luminosa arpa. (¿No hay un guiño al “Greensleves” de Mozart?).

 

La voz de la hija del artista, Romany, destaca en sus dos intervenciones –“Between Two Points” y “Yes, I Have ghosts”–, en timbre, impostación y fraseo actualiza, si no rejuvenece, la música de don David. Fuera de contexto: “Between Two Points”, ¿no parece un tema de Dido?, ¿qué es de la vida de Dido? El solo al final es como si Gilmour recién le subiera el volumen a su guitarra para hacer lo suyo que, sabemos, es magia pura.

 

“Dark Velvet Nights” oscurece un poco el panorama, aun cuando mantiene una base rítmica, sintetizadores y coros, que sonoramente la amalgaman con el resto del disco, pero que temática y armónicamente constituyen quizás el tramo más inquietante. Si en On An Island (2006) rezuma una onda acústica, folkie y down tempo, en Luck and Strange se atreve a rocks midtempoque inevitablemente rememoran al viejo Floyd.

 

Sigue “Sings”, que tiene un airecito Phil Collins y que es, acaso, una meseta sosa, sin dejar nunca de ser impecable en su producción. Pero justo cuando estás por renegar, aparecen esas voces de bebé, esas guitarras todavía más dulces, y la canción se convierte en soundtrack de una escena cinematográfica. El ñato logra un giro no al subir la intensidad, sino al bajarla. Lo que es saber hacer discos, carajo.

 

“Scattered”, es una balada rockera modelo Pink Floyd, mandada a hacer para esos “solazos” eternos de Gilmour, que te hacen soñar o volar, o como se le diga ahora a irse a un lugar lindo y emocional dentro de uno. La pastillita que los rockeros viejos necesitamos para irnos a dormir felices, ¿no ve? La letra tiene colaboración del hijo del autor, Charlie Gilmour.

 

“Yes, I Have Ghosts” que cuenta una vez más con la participación de Romany, es la canción más afín a la música tradicional inglesa, un valsecito con una letra melancólica y existencialista.

 

El bonus track, “Luck and Strange - original Barn Jam”, instrumental “jameado”, es una reafirmación de que una buena canción puede sostenerse como un standard, y testimonia la enorme calidad de los músicos de los que siempre supo rodearse Gilmour. Cabal casero.

 

Nuevamente, quien parece interpretar y ordenar mejor las ideas líricas es la esposa de Gilmour, la periodista y novelista Polly Samson, quien colabora en el rol de letrista desde The Division Bell, y tiene mayor influencia en los discos solistas On an Island (2006) y Rattle That Lock (2015), inspirada en El paraíso perdido, de John Milton. Las letras en general reflexionan sobre el tiempo, y proponen versos de estatura poética: “Take these birds everlastin' / Can't undo that voodoo that you do”, de “The Piper’s Call”.

 

Para terminar de hacer de este disco un clásico instantáneo, la foto de tapa es del famoso fotógrafo y director Anton Corbijn, un verdadero retratista del rock.

 

En una era de canciones robóticas, milimétricas y elípticas, Gilmour se reafirma en el clasicismo rockero que manda a ocupar buenos compases de un tema con la banda acompañando riffs, solos e improvisaciones, lo que da frescura y gusto a los distintos pasajes en las más bien extensas canciones, y apuesta por letras pensantes y maduras. Es uno de esos casos en que “más de lo mismo” se aprecia como sello de garantía. Eso sí, suena grandilocuente cuando le toca hacerlo, “solea” como él solo, y redondea una experiencia musical balanceada y poderosa, digna de un ícono de la guitarra y de la canción rock que ha sabido mantenerse vigente en los últimos 55 años.

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