Una veloz selección de lecturas que busca servir de invitación a leer al narrador estadounidense recién desaparecido.
El autor de El país de las últimas cosas, muerto el martes a los 77 años, de cáncer, es uno de los contados casos de un best sellerconsumado y a la vez muy bien considerado por la crítica.
Por años eludí, no sé bien por qué, la sección casi siempre rebosante de sus obras en la librería paceña mejor surtida, hasta que varias de las ediciones de Anagrama aparecieron en el escueto mesón de saldos. Gran día aquel.
Leí la Trilogía de Nueva York, Música del azar, Leviatán y Un hombre en la oscuridad. Las memorialísticas La invención de la soledad, A salto de mata y Diario de invierno. Y la miscelánea Experimentos con la verdad. Me faltan, entre varias otras, dos de sus novelas cumbres –según muchas coincidencias: El libro de las ilusiones y El palacio de la luna. Pero ahora, con la noticia de su muerte, y con la certeza de que, con altas y bajas como todos, siempre vale la pena leer a Paul Auster, comparto estos apuntes de otros tres libros, plasmados en el cuaderno de notas que más a la mano hallé en el desgano del lluvioso feriado paceño.
I
Brooklyn follies
Nathan cuenta su vida en decadencia: jubilado, recién divorciado, saliendo de un cáncer y peleado con su única hija. Casi por inercia se instala en Brooklyn y, casi sin quererlo, su vida cambia.
Se reencuentra con su sobrino Tom y juntos viven una serie de aventuras que les desencadenan una insólita buena racha.
Apunte
A ciertas alturas de la vida, cualquier afán –tratar de escribir un libro, enredarse en intrigas disparatadas, buscar a su sobrina estrella porno, animar a su sobrino, cuidar a su sobrina nieta…– evitan el debilitamiento, retrasan el declive y la llegada definitiva y triunfal de la vejez.
El azar: encuentros, desencuentros “accidentales” que cambian destinos, es una recurrencia a veces criticada en Auster, pero ¿acaso cualquier decisión, paso, acción o inacción que emprendemos, o no, a diario, no dan pie a algo azaroso?
II
Invisible
Adam Walker estudia letras, conoce a una pareja de franceses “libertinos”, y su vida cambia.
En una primera parte cuenta, en primera persona, lo que ocurrió un verano de 1967, cuando Rudolf mata a un hombre en su delante. En la segunda parte se cuenta, en segunda persona, cómo Adam entabla una relación incestuosa con su hermana.
Ambos episodios son parte del único libro que Adam escribe y deja trunco. ¿Ficción? ¿Memorias?
Ya en 2007, enfermo terminal, Adam contacta a Jim, un compañero de la universidad, novelista exitoso, le envía esos borradores junto a los apuntes de una tercera parte –esta vez en la voz de un narrador omnisciente–, en la que la intención era contar su vida de adulto, abogado defensor de las causas perdidas.
En una especie de coda, Jim cuenta cómo logra averiguar el destino de Rudolf y conjeturar así lo que no dicen los manuscritos y la posible inferencia entre realidad y ficción.
Apunte
Auster hace un derroche de técnica y habilidad para imaginar y resolver escenarios, voces, planos narrativos y posibilidades de desenlace que quedan en manos del lector.
III
Sunset Park
Miles Heller, de 28 años, vive hace siete aislado de su familia. Dejó todo atrás en Nueva York y se fue a vagar por el país para purgar su culpa por la muerte de su hermanastro.
Se enamora de una menor de edad y se ve obligado a volver para eludir a la ley en espera de que ella cumpla 18. Mientras tanto, vive inesperadamente de okupa con otros tres que se hacen sus amigos entrañables.
Apunte
Novela de paternidad / filiación: errores que se pagan y repiten; arraigo / desarraigo: el pasado no se va nunca por completo, para ello está la memoria; culpa /castigo: lo que uno hace para castigarse, afecta indefectiblemente a otros.
Auster se regodea de una notable facilidad para crear vidas y pasados; experiencias y traumas (estigmas) de sus protagonistas, y a la vez contar su día a día para equilibrar novelas para nada desprovistas de profundidad y muy fáciles de leer y disfrutar.
Foto: Lotte Hansen
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