Publicado hace 50 años, el disco emblema de uno de los artistas más influyentes del rock argentino, continúa fascinando y dando de qué hablar. Con esta nota anticipamos el pronto lanzamiento de una convocatoria de La Trini para los cultores de la crítica musical.
Artaud, el disco, es la opus magna de Spinetta (1950-2012), dentro de un repertorio de las varias obras maestras que jalonaron la carrera del músico argentino.
Artaud, Antonin (1896-1948), fue un poeta nacido en Francia, cuya desangelada vida –signada por la locura y el desarraigo– dejó marcas indelebles (“suicidados por la sociedad”, como lo definió él mismo) en la historia de la cultura occidental y cuya obra es un espejo temible donde mirarse.
Spinetta, “alma de diamante”, lo leyó a su manera y, a modo de conjuro, grabó un disco como respuesta “al sufrimiento que te acarrea leer sus obras”, creando “un antídoto contra lo que opinó Artaud, quien lo haya leído no puede evadirse de una cuota de desesperación”. El resultado fue extraordinario: el Artaud de Spinetta es amorosa luz de faro, tan potente y tan sensible que sigue iluminando hasta hoy.
El disco, más allá de clasificaciones huecas, es una obra conceptual de un lirismo excepcional, tan finamente parido desde la intimidad más profunda del artista que, medio siglo después de su edición, sigue conmoviendo por su vuelo esencial, su frescura y, digámoslo así de una vez: su magia.
Artaud es un disco mágico, anticipatorio: la “cantata” [“Cantata de puentes amarillos”] como le decíamos, “Bajan” o el imprescindible “Por”, algunos de los temas del álbum, no son solo música: son iluminaciones chamánicas, mensajes que curan, energía terapéutica. Sin dudas, arte puro y trascendente. Sin dudas, el mejor Spinetta.
Disco bisagra entre la experiencia Pescado Rabioso y la irrupción de Invisible, dos grupos/hitos de “El Flaco” que signaron el derrotero virtuoso del llamado rock nacional (argentino), fue grabado y presentado al público en 1973, por lo que es también una bisagra histórica en el devenir del país del sur, ya que en aquel marzo tuvieron lugar las primeras elecciones presidenciales sin proscripciones partidarias tras 18 años de persecuciones, ocultamientos y fusilamientos; votación popular que devino en el triunfo del peronismo y su vuelta al gobierno.
Se vivía pues, un clima especial, un clima motivador de ascenso de masas, de derrota de la dictadura militar (y de la represión que en todos los ámbitos, incluido el rock, habían ejercido los milicos), de regreso de la democracia, de expectativa por el retorno de Perón –un ícono, un “rock star” de la política [1]– a su patria dejando atrás su exilio, y el rock, como parte de una cultura generacional que se arraigaba cada vez más, no estaba ajeno a ese momento de euforia masiva, de sentimientos de cambio y de esperanza, cercada y asediada desde el principio ya que no es dable olvidar que el 20 de junio de ese mismo año las fuerzas oscuras comenzaron a operar y se lanzaron al ataque de esos jóvenes –militantes y rockeros– en lo que la tragedia nacional argentina conoce como “la masacre de Ezeiza” donde no casualmente en la mayor concentración pública de la historia argentina –más de dos millones de seres humanos juntos– el maestro de ceremonias de ese evento bíblico fue Leonardo Favio, aquel que había versionado el Tema de Pototo o Para saber cómo es la soledad, otra joya autoral de Spinetta.
Como sea, y más allá de las alegrías y tragedias de la sociedad argentina, 1973 fue el año de Artaud. Spinetta lo presentó en el Teatro Astral en un concierto diurno. El flaco pelando la guitarra, solo en su inmensidad, blindado con su lirismo sin frenos y esto me lo contó mi cumpa y amigo Jorge Garacotche, músico también él –fundador del mítico grupo Canturbe– y cronista de la música popular argenta, porque estuvo ahí. [2] Es verdad que sonaba El lado oscuro de la luna de Pink Floyd –otro disco que cumple medio siglo– en la antesala del teatro y es verdad que exhibieron cortos de Buñuel en la presentación del disco (Garacotche dixit).
Quien escribe era un niño cuando todo esto sucedió, pero no puede dejar de anotar un par de apuntes personalísimos. Una noche de aquellas, me había quedado a dormir en la casa de mi amigo Fabián, el de toda mi vida y también amigo del Gara. Por la mañana el sol, eufórico, entró por la ventana y empecé a despertar. Cargaba resaca o algo así. Y sucedió algo increíble, algo epifánico, algo que hasta hoy me sigue conmoviendo hasta las vísceras y el fondo del cuore mientras lo anoto. De la nada o del cosmos que late y vibra, de repente o desde el infinito creativo que nos domina (o así debería ser), empecé a escuchar:
Árbol, hoja, salto, luz… aproximación
Mueble, lana, gusto, pie
Té, mar, gas, mirada…
Me dejé llevar, me dejé curar: era un bálsamo esa voz que susurraba con convicción esas palabras que yo había escuchado mil veces gastando la púa pero que nunca las había escuchado en una situación tan develadora de su poder, de su magnetismo, de su fuerza bienhechora. La voz y la leve guitarra seguían encantándome, encantando a ese Buenos Aires de otra dictadura militar, una genocida, más aberrante que todas las otras, encantando el aire de la mañana, encantando al mundo entero…
Nube, loba, dedo, cal, gesticulador
Hijo, cama, menta, sien
Rey, fin, sol, amigo, cruuuz…
Nunca me voy a olvidar –y, por si acaso, según pasan los años, lo anoto– esa mañana que, en mi duermevela, la voz de Spinetta cantando “Por”, ese temazo, ese derroche de simplicidad trascendente –lo simple que también es lo profundo está en la base de todo, de la vida, del arte, de la política, de todo– acarició mi alma y me convenció, para siempre, de muchas cosas, entre ellas de que el flaco era un chamán, era terapéutico, era una luz bendecida en medio de todas las oscuridades y que sería mi amigo fiel el resto de mis días.
El otro apunte, más escueto, es este: tuve el privilegio estético, ético y épico de escuchar, en tiempo real, cuando salió al éter, el disco de Spinetta que tituló Kamikaze. No lo podía creer, tenías que escucharlo y escucharlo sin parar de tanta belleza concentrada en unos cuantos surcos, de tanta potencia expresiva, de tanta magia. ¿Por qué rememoro al Kamikaze? Porque por muchos motivos que aquí no mencionaré, Kamikaze es un hermano mayor o menor o gemelo o siamés de Artaud. Son dos discos que sí, seguro, me llevaría a una isla si tratase de sobrevivir, son dos discos, dos obras maestras, no solo de ese Spinetta eterno sino de esa humanidad sensible que siente y cree que toda la vida tiene música… hoy, mañana y siempre.
Antaqawa, septiembre de 2023
[1] De hecho, el triunfo del candidato peronista en las elecciones del 11 de marzo de 1973 se celebró, entre otras tantas celebraciones, con un mega festival de rock en la cancha del club Argentinos Juniors –la matriz futbolera que parió a D10S– donde participaron todos los grandes grupos de la escena rockera del momento. Ver sobre el tema: https://www.pagina12.com.ar/256392-el-festival-del-triunfo-peronista.
[2] Lo cuenta en un texto excepcional, pura devoción, pura garra. Lean Spinetta esquina Artaud aquí: https://90lineas.com/2023/08/26/spinetta-esquina-artaud/. Vale la pena.
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