Hace unas semanas se estrenó El Florecimiento del Cerezo. En esta entrevista Enrique “Kike” Gorena, el creador y director, habla sobre el proceso de investigación, escritura y puesta en escena de su obra teatral.
- ¿Cuál fue la inspiración principal para la creación de El Florecimiento del Cerezo?
- El reconocer en las sonoridades andinas atisbos y colores de la música tradicional asiática. Particularmente, escuchando Trencito de los Andes, una agrupación con una profunda investigación de la música autóctona andina. Por mucho tiempo estuve atento a todas las referencias sobre similitudes entre estas dos culturas. No fue difícil encontrarlas en los rasgos físicos de sus nativos, en la fonética de los idiomas, pues tanto en el japonés como en el quechua y el aimara, existen aproximaciones importantes en tanto a significado como a pronunciación. Asimismo, en cuanto a la música y a la filosofía estas dos culturas tienen un claro respeto por la naturaleza y los principios de conservación de la vida.
Enrique Dussel ya lo sugiere en su libro 1492: El encubrimiento del otro donde cuestiona la historia oficial afirmando que los nativos americanos habrían tenido relaciones comerciales con pueblos asiáticos antes de la llegada de los españoles. Creo que todas estas fuentes de inspiración propiciaron que esta aventura escénica llegue a su cumbre y verse a sí misma el día del estreno.
- ¿Cómo se desarrolló el proceso creativo de la obra? ¿Hubo algún reto significativo durante la creación?
- Bueno, la premisa que me propuse era señalar ese puente cultural entre esas dos culturas, eso me hizo pensar en óperas, títeres, bailarines, actores, etc. Muchas posibilidades y géneros que se fueron decantando por el peso propio. As,í por consejos e indagaciones, entendí que el Bunraku era el medio estético que podía contener toda la fuerza dramática y la grandilocuencia de una obra que se vea y suene tan andina como asiática, tan boliviana como japonesa, dado que el Bunraku es un género teatral tradicional muy respetado en la cultura japonesa.
En otra instancia, acompañado por Francia Oblitas, Oscar García y Lucian del Silenttio pensamos en la base del sustento ideológico de la obra. El argumento se terminó de hacer con los aportes de Lucian, cuyas historias inspiraron a los sucesos que vive Marcelino, personaje principal de la obra.
También profundicé la investigación sobre la filosofía andina en distintas bibliografías, entre las principales está El Ayni Ayra: la clave del estar bien total de Cancio Mamani. Terminé de escribir la obra con los insumos de lo que se trabajaba y encontraba en los ensayos, pues ya habíamos empezado el trabajo de sala con los intérpretes y la coreógrafa.
La decisión del idioma de interpretación fue particularmente revisada, pues, por una parte, se deseaba hacerlo completamente en quechua mientras, se hacía una traducción simultánea en proyección o se tenía una especie de díptico con la traducción o la orientación de la obra. Al final, fue resuelto hábilmente por los músicos con quienes se planteó una traducción recitada por el segundo Tayu (el narrador en la estructura del Bunraku) que por momentos también canta los versos en los dos idiomas, generando una polifonía interesante que contribuía a la vocación ritualista de la obra.
- ¿Cómo fue la colaboración con el equipo artístico (director, actores, escenógrafos) en la creación de este proyecto?
- Empecé la ejecución del proyecto con el respaldo de un fondo del Centro de la Revolución Cultural (CRC) lo que me permitió contar con todo el equipo artístico que terminó formando parte de este proyecto. Empezando por Elena Filomeno con quien trabajamos la parte coreográfica de la obra con dos bailarines urbano contemporáneos, como son Kelly Marquéz y Edwin Villaroel (Chuku), la parte musical se fue construyendo de a poco en base a los avances que [el guitarrista] Marcelo Gonzales hacía. Algunas partes las tuvimos grabadas para lograr que los intérpretes se vayan conectando con la propuesta sonora, pues hasta entonces trabajábamos con música tradicional japones
Ya más avanzados, trabajamos las posibilidades de la propuesta escenográfica con Sol Calle, resultando una propuesta suya que se basa en lo austero y lo sutil, lo mismo con Belén Iñiguez, quien hizo el diseño de vestuario. Juan Rodríguez hizo el diseño y la construcción del títere que se incorporó a los ensayos, abriendo una nueva capa de este trabajo: la manipulación del muñeco. El maquillaje propuesto por Kantay Melgarejo terminó de darle forma a la línea estética de la obra.
- ¿Qué nos puedes contar sobre los personajes principales y su evolución a lo largo de la obra?
- Marcelino es un inmigrante del campo muy estropeado por la ciudad y la reciente pérdida de sus padres. En la cumbre de sus lamentos, Marcelino es alcanzado por un rayo que no solo no lo mata, si no que le cura y le revive, habilitándole a recibir una revelación que le dice que su redención está en la cumbre de la montaña sagrada, particularmente en la cumbre del Illampu, por lo que el personaje emprende un viaje de retiro y reencuentro con las voces del universo. Un camino de reencuentro con sus raíces, sus ancestros y consigo mismo. Un viaje de recuperación del samurái que creía llevar adentro. Por tanto, la redención de Marcelino está al final del viaje, al filo de la vida, habiendo superado sus miedos y tormentos, al mismo tiempo que en la tumba de sus padres ha florecido un cerezo.
Otro aspecto importante en la matemática interna de la obra, es la entidad femenina que aparece desde que Marcelino es alcanzado por el rayo. Entidad perteneciente a un mundo paralelo que conecta directamente realidades de distintas latitudes conviviendo en un mismo espacio. Este mecanismo para mí fue muy útil para graficar lo dual y la correspondencia de opuestos muy presente en la cosmovisión andina.
- ¿Qué simbolismo tiene el cerezo dentro de la historia? ¿Cómo se relaciona con el crecimiento o transformación de los personajes?
- Bueno, en nuestra historia nace un brote de cerezo a partir de las lágrimas de Marcelino sobre la tumba de sus padres, como un símbolo poético de esperanza y de trascendencia de la vida después de la muerte. Así mismo en mi vida personal es lo que pensé cuando, con mis hermanas, decidimos dejar las cenizas de nuestros padres a los pies de un arbolito de cerezos. Para los japoneses, de igual forma, el cerezo es una encarnación de la belleza y la mortalidad es un árbol sagrado contenedor de almas que aparece en su cultura en pinturas, en cine, en poesía y literatura.
En nuestra obra, al llegar el final, el cerezo florece como símbolo de que Marcelino ha recuperado a su yo de antaño, el que tenía un samurái fuerte y determinado.
- ¿Cómo percibiste la reacción de los espectadores?
- El reto de la puesta estaba orientado para lograr en el espectador un rango de percepción más sensible, de modo que favorezca a lo contemplativo, si queríamos entrar en un ritmo adormecedor, casi ritualista, que les permita sumergirse en esta particular experiencia. Creo que si bien en un punto el espectador lucha por alcanzar una comprensión de lo que se mira y de los que se escucha, en otro punto de la obra puede abandonar esta pretensión y pienso que logra conectar con otras capas de la obra que más que decir, hacen sentido.
Pude notar que algunos espectadores se conmovieron hasta las lágrimas, pues, tanto el drama del personaje, como el acompañamiento musical, logran tocar y remover estas fibras íntimas.
- Después del estreno en La Paz, ¿qué planes tienen para El Florecimiento del Cerezo? ¿Piensan llevarla a otras ciudades o festivales?
- Sí, siempre está en planes llevar la obra por el circuito tradicional de otras ciudades como Cochabamba, Santa Cruz, Sucre. Así como también moverla por regiones del sur como Tarija, Tupiza, Villa Abecia. Ya hicimos el ejercicio de presentarla en la comunidad de Ajoya, en el altiplano paceño con excelentes resultados.
- ¿Tienen algún proyecto futuro que surja a raíz de la temática o estilo de El Florecimiento del Cerezo?
- Por el momento no, pero seguramente de alguna forma iré rondando y acercándome a otras culturas y líneas estéticas que es algo que me fascina y a la vez me ayuda a reconocerme y a reencontrarme.
Fotos: Nelson Quispe (1,2,3) / Verónica Mendizábal (4)
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