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alejandra fernández

Las dos caras de una misma nube

De la escritora cochabambina Alejandra Fernández, compartimos una selección de poemas.

Sobre lo que se encuentra en los bosques más oscuros


No se miraban. En la penumbra compartida

 los dos estaban serios y silenciosos.

El juego, J.L. Borges

 

He observado en los bosques más negros las flores más blancas

y en ellas la belleza más absurda;

me habían dejado pensando en la tierra fresca del camino,

en cómo jugaba sobre ella la parte más sensible del fuego.

Más tarde me callaba y enmudecían conmigo los árboles,

el camino que yo había trazado, lo borró el silencio de nuestra soledad.

Y en la misma noche en la que las estrellas habían perdido su voz,

encontré el temor escondido en el cadáver de un pinzón.

Conservé en el frío de la noche aquel cuerpecito malgastado

por el translúcido zumbido de sus alas;

el tiempo había pasado más lento para mí que para él.

La muerte me observaba a través de sus ojos azules,

como un espejo opaco que reflejaba el polvo de su memoria:

yo le temía, al mismo tiempo que lo levantaba en mis manos.

Su cráneo era tan circular como las horas del día

de las cuales pendían plumas hechas de miel

Lo seguí en su sueño, lo seguí sin jamás poder alcanzarlo.

 


La muerte de un gato

Es el espíritu familiar:

todo se somete a su imperio,

juzga, manda, inspira el lugar,

¿es un hada tal vez, un ser eterno?

C. Baudelaire

 

Luego, las pupilas de ópalo sabían

el opúsculo de un cuerpo tendido

en la primera noche de ensueño.

 

Una médula aterciopelada

serpenteaba bajo el acúfeno de la noche

y un ronroneo perdido en el balbuceo de las luces.

 

Su cola acariciando

la sombra marmolada

del movimiento de un minutero atrapado

(sediento)

en las grietas de sus ojos;

de estos,

los colores como esquela de la pálida mañana.

 


Vous, les nuages

 

He estado acostada en las dos caras de una misma nube, he sentido su ternura amamantándome de tarde, cubriéndome del sol; ahí yo envuelta en el pálido ámbar, podía ver desde sus entrañas, también, su lado gris y tosco. Quién podría haber dicho que el endeble marfil de su torso era más tierno que las cenizas húmedas de su rabia. Lo agarré entre mis brazos pero, como la sal, se fue escurriendo entre mis manos dejando en mis labios solo el sabor de la noche ya vieja.

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