El director Diego Revollo y el productor Miguel Nina hablan de Llaki, el documental sobre la experiencia de sanación del propio cineasta y el mundo de la Nación Kallawaya, que está siendo proyectado en el país y ya obtuvo éxito en algunos festivales internacionales
- ¿Cómo fue llevar una experiencia tan personal al cine?
- D. R.: El proceso creativo de partir de algo que conozco –siempre partí de algo que me interpela–, es fundamental en mi trabajo. No siempre es fácil, ¿cómo tener la distancia adecuada? Sin embargo, creo que es importante haber dado un paso al frente, y no solamente ser el que cuenta la historia detrás de cámaras, sino también el que da vuelta a la cámara. Y es justamente romper esa barrera ilusoria, esa frontera ilusoria con el otro, considerando que, finalmente, ese “otro” no es nadie más que tú mismo.
En este caso, es un documental sobre una familia de kallawayas en el que además de director, soy el paciente. No solo se trata de retratar la idea del kallawaya, sino también de retratar a mi propia familia, lo que evidencia ese intento de tejer una conversación horizontal, que todos estamos en el mismo plano. Para mí el cine es una manera de autoconocimiento, de autoexploración. Muchos autores han reflexionado con respecto al cine en los aspectos que tienen que ver con el tiempo, con el movimiento… Una figura repetitiva es la del espejo, no para sentirnos vanidosos o regodearnos en el ego, sino para ir explorando esos lugares donde te puedes mostrar vulnerable y, por ende, conectar con la audiencia desde un lugar más honesto.
Creo que si yo no hubiera contado mi enfermedad, mis conflictos, mis cuestionamientos con respecto a la salud del cuerpo, tal vez hubiera terminado siendo un documental más distante, más etnográfico, y hubiera perdido potencia.
- ¿Qué diferencias hay entre encarar una ficción y un documental?
- D. R.: Los límites entre ficción y documental son cada vez más difusos. Pero definitivamente, a nivel de producción hay una diferencia fundamental, y para mí tiene que ver con el tiempo. Hemos ido periódicamente, durante casi ocho años, a Lunlaya, en la Nación Kallawaya, lo que ha sido fundamental para encarar este proceso como un documental.
Al ser documental y no ficción, hay la posibilidad de ir escribiendo durante el proceso, no solamente en el rodaje, sino sobre todo en el montaje, cosa que en la ficción es un poco más difícil. Normalmente en la ficción tú tienes un guion, y vas a poner en escena ese guion, vas a poner la cámara con respecto a ese guion; en este caso había escaletas, cuestionarios, anotaciones sueltas, y la escritura misma de la película se ha hecho en el montaje.
Por otro lado, siempre es interesante en un documental que todas las personas aparecen con su nombre propio, pero no por eso están mostrándose tal cual son. Todos tenemos máscaras. Creo que se trata de ir adentrándonos detrás de esas máscaras para ir descubriendo a las personas y, sobre todo, escuchar qué es lo que cada persona quiere decir. Hemos respetado mucho que cada personaje tenga su espacio y hable de lo que quiera. Es interesante que, si bien no son actores, todos están ahí, de alguna manera, interpretando algo.
También creo que el hecho que no sea una ficción te da una cierta soltura al momento de filmar. Nosotros no íbamos con un cronograma cerrado de los días, y como teníamos que aprovechar los días, si bien teníamos cosas que queríamos que hacer, estábamos muy predispuestos a escuchar el ritmo de la comunidad y el ritmo de la familia en sus actividades cotidianas.
- M. N.: El género de ficción es trabajado básicamente en un guion muy estructurado, a veces muy cerrado; y ese guion determina cómo será la película. Evidentemente, en una ficción uno tiene más soltura, más control de lo que pasa en el set y de lo que pasa en la historia en sí.
Mientras que el documental es una historia real contada mediante el lenguaje cinematográfico. Es lo que vamos experimentando con la productora Trasbordador. El documental da soltura y libertad de poder contar la historia, porque muchas veces cambia en medio rodaje. En este caso, el documental es bien sentido porque es de autor. Llaki nos dio la libertad de contar la historia y de transformarla a medida que fuimos montando.
- Danos una síntesis de la trayectoria de la productora Transbordador.
- M. N.: Trasbordador nace en 2015, cuando junto a Diego decidimos encarar proyectos cinematográficos propios, con un modo de producción no tan ligado a lo industrial, más orgánico y realista con nuestro contexto.
Hemos creado hasta el momento Sol piedra agua, la primera película de ficción de Diego; Diálogos naturales, que es una serie documental; ahora estamos con Llaki y en el medio están varios cortometrajes como Mikali, Olivia, Retratos en braille y otros.
Nuestro modo de producción no es muy convencional, nos reinventamos en cada proyecto. Creo que cada proyecto tiene su propio camino, y su propio modo de producción. Evidentemente, hay líneas de las que no se puede escapar, pero la idea es encontrar una identidad en cada proyecto.
- ¿Cómo fue la producción de Llaki en específico?
- M. N.: Fue un trabajo complejo que ha durado siete años. La producción de campo en Charazani ha sido muy orgánica. Al inicio teníamos solo pequeñas directrices de conceptos que queríamos capturar, y luego se giró en torno al tiempo de la familia Ortiz-Ramos, que eran los que determinaban qué íbamos a filmar en cada viaje.
Casi el 80 % de la peli está filmada en Lunlaya y Charazani, lugares maravillosos en un valle muy protegido, donde encuentras el río, donde encuentras la montaña, donde encuentras las rocas, el verde… Es un lugar muy bendecido.
Entrar en la dinámica de la familia, su trabajo, sus rituales y luego en diálogo con la naturaleza, ha sido para nosotros muy importante porque nos ha hecho comprender de distinta manera qué queremos hacer y cómo queremos trabajar desde el lado de la producción.
- ¿Cómo fue el estreno de la película y su recepción?
- M. N.: Se estrenó en Charazani, gracias al apoyo de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia. Se proyectó al aire libre, porque para nosotros era importante que todos puedan ver todo lo que habíamos trabajado durante tantos años.
A partir de eso empezó como una segunda o hasta tercera etapa de producción y difusión, que fue una gira con la película por las principales ciudades del país, donde también tenemos la premisa de dialogar con el público que ve la película.
- D.R.: Llaki se empezó a difundir el año pasado en festivales internacionales, hemos estado en más de 12 países, tras su estreno en el Festival Internacional del Cine de Mar del Plata. Recientemente, hemos estado en Chicago, y próximamente vamos a anunciar fechas en Europa.
A nivel nacional, hemos mostrado la película en la Cinemateca y en el 6 de Agosto en La Paz; en El Alto en el Cine Mall Multicine; hemos estado en Sucre, en Tarija, en Cochabamba (en los cines Skybox); en Santa Cruz en el Multicine y todavía nos falta la tercera etapa de los centros culturales más pequeños como Efímera, Casa Prado… y vamos a tener una proyección especial con el CCELP con la comunidad Hipoacúsica, sordomuda, con la versión muy especial de la película que va a tener lengua de señas, vamos a tener un conversatorio con Lengua de Señas.
Y bueno, después se viene el DVD y el streaming. Así que todavía nos queda un recorrido importante, pero ya son más de cinco mil personas que han visto Llaki, y estamos muy felices por eso, es todo un logro para nosotros y esperemos que la película siga abriéndose camino y siga llegando a más personas.
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