De la impronta y dialéctica poética del autor chaqueño; de sus lazos y distancias con Saenz; de su magnitud ontológica.
La poesía es un género en el que la resistencia estética se hace presente desde la oralidad de su forma y la estructura, que demarca un trabajo con el lenguaje que apunta a la distorsión de la metáfora, para establecer, en su lugar, un juego de referencias visuales en las que el “cómo” queda clausurado. Así al menos sucede en la poesía cultivada por Jesús Urzagasti, y sobre todo en Frondas nocturnas, libro publicado en 2008 que tiene la cualidad de funcionar como “Z” dado que en su revés tiene el libro de poesía Infancia de Sulma Montero.
Hay que decirlo pronto. Ambos libros dialogan, se interrogan, se complementan bajo un prisma que invoca el tiempo de la vida alrededor del fuego de la memoria, y el tiempo que se comparte al abrigo de un lenguaje que, si bien de partida no es compartido, comulga bajo un solo tono con las referencias, las evocaciones y sinceridades.
En Infancia hay no un recuerdo, pero sí una invocación. La infancia se hace presente porque en cada acto de la madurez se reconoce a la niña que se fue y a la niña que aún vive en el resplandor de los juegos adultos y en la divertida forma de hacer del mundo un patio de juegos. Los objetos, la ropa, el paisaje, en este libro tienen su sentido en la memoria, pero ella no dilata la experiencia humana, la dosifica y la nutre. La poesía trata de anclar un tiempo, pero también de desenredarlo para mostrarlo en su lectura.
Así, Infancia se corresponde con Frondas nocturnas porque ambos libros comunican una experiencia. Este último alude al territorio y la parte nocturna, a un momento cumbre previo al adiós. También Urzagasti recuerda, nombra su vida pasada y recuenta los hechos. Pero hay un juego. Allá donde Montero juega con la cualidad de lo explícito y lo autobiográfico, Urzagasti construye también una voz poética que le permite camuflarse entre los árboles del recuerdo de la infancia, la juventud, la madures y la inicial vejez.
Podría pensarse que es un libro de despedida, pero en realidad es un libro de fiesta sobre el mundo que se conoció y al que se ingresa con la sorpresa de la rebelión. Y tanta es la rebelión que revela un personaje que se encarga de construir, de ahí en más, el horizonte sobre el cual los poemas del libro se irán convirtiendo en un canto sobre el territorio. En el poema “En la choza del Morabito”, Urzagasti hace aparecer entre verso y verso al hombre verde. Un sabio. Un aparecido. Un chamán. Un hombre que no es humano. Un ser. Una presencia. Todas, situaciones vitales en un mismo tiempo. Y es el hombre verde quien configura el paisaje y el territorio que hace posible la poesía y la prosa de Urzagasti.
Y aquí lo mejor. De un tiempo a esta parte, unos 50 años por lo menos, se establece, quizá no sin falta de razones y argumentos, que la literatura boliviana está predeterminada por el paisaje y sostenida sobre las imágenes e invocaciones sobre La Paz y el altiplano. Últimamente han sucedido condiciones dentro de la prosa en Bolivia que colocan otras territorialidades en debate. Santa Cruz, Cochabamba suelen ser otros sitios que, ahora, se nombran, refieren y enuncian. Pero son siempre los espacios urbanos. Incluso cuando la narrativa apunta a jugar con el tiempo y coloca sus historias dentro de la esfera de la vida colonial, esta se desarrolla en la ciudad. Pero como todo tiene su contrapunto en esta literatura que se construye de forma coral, Urzagasti coloca al hombre verde como referente para una nueva maquinaria de la imaginación. Frente al aparapita de Jaime Saenz, se presente el hombre verde con la intención de completar el panorama.
Ambas figuras se corresponden porque tienen su dosis de espectro, pero también su momento de gloria conceptual al ser capaces de alumbrar distintas formas de conocer el entorno por el que se mueven y transitan los personajes que tanto Saenz como Urzagasti crean desde la prosa y desde el verso. Así, las palabras de Leopoldo María Panero podrían servir como breve marco referencial: “la palabra ‘poesía’ viene del griego poihesis, que significa enunciación, y es lo que llama Wittgestein un acto de lenguaje, una palabra en el vacío o, como dijeran los estultos, una creación”. Y si el aparapita y el hombre verde son concretos, también son un acto de creación verbal, poética y literaria. Y como creación, su finalidad última es servir como puente entre la ficción que se genera y la realidad que se habita. Pero habitar es poblar y lo que se puebla se gobierna y se posee.
Tanto Saenz como Urzagasti lo saben y, por lo tanto, buscan con esa consigna construir el mundo autónomo que respira en sus libros. Urzagasti en Frondas nocturnas entrega una poesía de largo aliento. Ya no le interesan la brevedad de la imagen ni el chispazo de la epifanía. Le interesa narrar. No es solo el juego con el verso libre, es la posibilidad de hacer de él un arco mucho más pronunciado, algo que pueda comunicar, por un lado, a la sensibilidad del poeta y, por el otro, a las necesidades del narrador. Ambos quedan satisfechos. Y es que como ya lo hizo Saenz, en este libro Urzagasti también se deleita y se detiene en juegos del lenguaje y de las palabras que atienden a la risa, a la gracia del momento y a la lucidez con la cual se desarma la solemnidad. Y es ahí cuando se separa de Saenz, porque en Saenz podrá haber solemnidad, pero también hay ironía; pero Urzagasti es festivo, gracioso. Hay humor en él, y no es el humor que hace reír o te abalanza sobre una carcajada. Es un humor que surge de la inteligencia cotidiana, un humor que puede lindar con la resignación, pero que tiene que ver con el tiempo de la contemplación. Es el humor de la historieta gráfica, de Inodoro Pereira, que siempre está tímido para el trabajo. Es el humor que desactualiza la autocompasión.
Las dos poéticas se combinan y los políticos harían muy bien en leerlas porque en ellas encontrarían la clave que les falta para entender aquello que fielmente llaman plurinacionalidad. La plurinacionalidad no se construye en gabinetes de la burocracia ni bajo el signo de las estadísticas, y mucho menos con los criterios diversos de los indicadores de políticas públicas; la plurinacionalidad, si es que existe con ese nombre, respira en lo cotidiano, en el habla de las personas, en la manera en que resuelven imaginariamente sus deseos y miedos; en la forma en que Urzagasti nombra el horizonte y recuerda la vida universitaria sin dejar de lado el vientre materno y el alimento del fogón. En cómo anida en las calles oscuras que huelen mal, en la picantería y en la ladera poblada de luces solitarias y también en los mercados y los emblemas que se pierden y en la música que dilata el tiempo y en el grito de rabia por los que ya no están; y en todas esas cosas que también se hacen presentes en la poética de Saenz.
Frondas nocturnas es un instante en la poesía de Bolivia, pero como instante es el momento mismo de la iluminación y ahí la paradoja con su título. Mientras más nocturno el recuerdo y mientras más oscuridad aparenta, parecería que existe mayor luz. La oscuridad no sirve para prender un cerillo y ver que no todo sigue en tinieblas, sino para que podamos ver las dimensiones de la oscuridad. Urzagasti se acerca como nunca al pasaje de la vida que se convierte en muerte y dialoga con ella. Hacen amistad. Y como son poemas largos, que gozan de mucha narratividad, también es fácil ingresar en el libro e identificarse con las situaciones que postula y refiere.
Su estilo depurado y medido logra convocar ya no el efecto de sinonimia, sino más bien el aterrizaje de otro conocimiento que se desprende de la pura oralidad, del pensar en voz alta y de nombrar sin miedo ni tedio lo que se ve y se siente.
No hay muchos libros que sigan los trazos de Urzagasti. Quizá desde la prosa sea más fácil visualizar herederos, pero en poesía parecería que otra es la estética que se busca. Como si el humor y la gracia fuesen mal vistos; y no es para menos, porque habría que recordar que durante casi 300 años el desencuentro con Cervantes y su gran bestia narrativa llamada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, fue justamente ese: pensar que solamente era un libro cómico. Tuvieron que llegar los románticos para indicar que tal vez no era simple y llanamente un libro cómico, que también era un libro trágico. Y luego un libro moral, porque indicaba aquello que te puede pasar si te quemas la cabeza leyendo. Los riesgos de la locura, los peligros de la lucidez. De todo eso se vine a escribir y hablar después. Y ahora sabemos que el descubrimiento de Cervantes a través de El Quijote fue entender aquello que vive y late en Frondas nocturnas: que todo puede ser terrible y amoroso al mismo tiempo; que de la hora nocturna más alta igual se arriba a la luz; y que en el medio quedan la vida, el recuerdo y el paisaje.
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