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sergio zapata

Humillados y ofendidos. La politización del documental en Bolivia

Una reflexión sobre la valía del archivo de imágenes, pero sobre todo, del archivo de la memoria que solo el cine procura.

Ilustración de Pauline Boyer


El 24 de mayo de 2008, azuzados por la élite política local, centenares de estudiantes universitarios golpearon, vejaron y humillaron a docenas de personas en las calles y avenidas de Sucre a las que condujeron a una “puesta en escena de la humillación” en la plaza principal de la ciudad. Estas acciones de deshumanización nos agraviaron a todos y constituyen un fragmento visual del insuperable y permanentemente reactualizado racismo de la sociedad boliviana.


La cinematografía de la Bolivia ficcional que privilegia la especificidad concreta, localizable, fijada, aprehensible y, en último término, cosificable, rehúye de los acontecimientos sociales, de los hechos que estructuran los relatos históricos y, en otra dimensión, confecciona la memoria desplazando su mirada hacia otros territorios. La sensibilidad de Cesar Brie, que estaba aquel día en la capital, lo llevó a registrar el momento y luego a recolectar imágenes con la firme intención de compartir la indignación.


Humillados y ofendidos (2008) de César Brie con la participación de Pablo Brie y, en el montaje, de Javier Álvarez, refrescó la mirada documental en el cine boliviano desde el tratamiento de los acontecimientos y su articulación, privilegiando el relato lineal, testimonios en primera persona y el empleo del archivo. La linealidad de la pieza se corresponde con la sucesión de los hechos, los cuales, a decir de Brie, “se presentaron prístinos”. Esa elocuencia desmedida, despojada de toda ambigüedad, permitió reconocer no solo el racismo estructural de la sociedad, sino que este material sirvió como evidencia, como objeto con valor jurídico probatorio, a tal punto que años después se estableció al 24 de mayo como Día Nacional de la Lucha Contra el Racismo. A su vez, los testimonios en primera persona de las víctimas, permiten disolver todo intento de relativizar dichas voces por parte de los perpetradores y situar la mirada sobre las víctimas; y el uso del archivo de distintas y diversas fuentes potencia el valor de verdad que entrañan las imágenes.


Las voces que se pretendió silenciar, los cuerpos agraviados, exhibidos en su dolor, en un alevoso ejercicio de escarnio público aquel 24 de mayo, conforman una suerte de grotesca puesta en escena del odio racial. La retransmisión de este incidente en noticieros de todo el país, cumple con los parámetros de la “verdad del registro”, pues este no fue ni furtivo ni diferido, sino que incluso gozó del beneplácito y complacencia de los perpetradores. Las voces silenciadas que recupera Brie, en vez de acusar, extienden una pregunta que aún no encuentra respuesta: ¿por qué?


Con Humillados y ofendidos el documentalismo boliviano se politiza y a su vez se universaliza; se ampara en la base de los derechos fundamentales. La mirada de Brie se posiciona sobre la vida, sobre la vivencia política de una colectividad amedrentada y secuestrada, acusada de mancillar, solo por su existencia y presencia, el orgullo y la dignidad de una ciudad y sus habitantes. Además, la politización, en clave universal, refiere a la búsqueda de esclarecimiento, identificación y visibilización de un acto que no se presenta aislado ni espontaneo, sino que responde a la coordinación, planificación sistemática y racional del ejercicio de la fuerza y del odio, originado como suele suceder, desde una élite política.


Para Brie, los hechos acaecidos en Sucre develan, mediante la acción colectiva, cierta cultura política de una sociedad que ha cosificado prácticas de relacionamiento social. Para el director ese es el rol político de esta obra: la visibilización de la deshumanización de los ejecutores de la vergüenza y la deshumanización.


Esta empresa deshumanizante responde a un principio de eficacia. Se desplegó en el espacio público, lugar por antonomasia de la política, en tanto lugar de acción para inscribir en nuestra retina un gesto simbólico del racismo y la violencia que marca la primera década del siglo XXI. La acción: desclasar, mediante la negación pública de la adscripción social; colonizar, mediante la negación pública por el despojo de las vestiduras y el disciplinamiento de estos cuerpos racializados; y deshumanizar a partir de la negación pública de la adscripción política. En otros términos, arrebatar la identidad, arrebatar la ciudadanía y pretender arrebatar la humanidad (no olvidemos que para arrebatar la humanidad no es necesario arrebatar la vida biológica) es parte de nuestro relato racista nacional, que retornó en octubre y noviembre de 2019.


Para el editor Javier Álvarez, enfrentarse a estas imágenes supuso estar frente a la historia. Se comprometió con el proyecto por la potencia de las imágenes, por la capacidad que tiene la materia audiovisual de condensar y sedimentar, en parpadeos, siglos de rabia y miedo de las sociedades cuando eligen deshumanizar al otro. Esta condición de estar frente a la historia ineludiblemente invita a pensar en cómo nos mira la historia: ¿cómo nos miran las imágenes de Humillados y ofendidos hoy, cuando se filtran en nuestro imaginario las imágenes de la violencia racista del golpe de Estado de 2019? O, en un ejercicio inverso, ¿cómo octubre-noviembre de 2019 contaminan nuestro recuerdo cuando vemos Sucre 2008 u octubre 2003, o incluso en estos días en que la no indigenidad de Bolivia pretende ser materia del censo? Las imágenes de Humillados y ofendidos son parte de nuestro (vergonzoso) archivo audiovisual, de lo que es la Bolivia del siglo XXI.


Humillados y ofendidos, que se encuentra disponible en YouTube y Vimeo se estrenó el 24 de junio de 2008 y Cesar Brie, de ser un referente cultural en Sucre, pasó a ser considerado un traidor.


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