Crítica de la obra de Tryo Teatro Banda, a la que la autora califica como un ensayo histórico teatral.
Mi viaje a Temuco (Chile), en 2009, fue uno de los más memorables. Tal vez porque fue uno de los primeros que hice solita en flota, a los 20 años, o tal vez por el terror que sentí por cómo resbalaba el bus e insistía por salirse de ese camino congelado.
Había ido a visitar a mi amigo Camilo después de que él había decidido cambiar la vorágine de Buenos Aires por la tranquilidad y amabilidad que le ofrecía su ciudad-pueblo. Camilo me recogió junto a su amigo de la terminal. Yo me burlaba de la dizque enemistad chileno-boliviana y repetía que no deberíamos ser amigos, ya que era “antipatriota” de mi parte. Todo, claro, con altos tintes de ironía. “Yo no soy chileno, soy mapuche”, me respondió el amigo de Camilo, cuyo nombre ya no recuerdo. Me sentí incómoda, no sabía qué responder con lo poco que sabía del tema y sin un smartphone que me ayude a bombardearme de datos y salir de esta situación.
A esta anécdota (desplazada por otras en mi memoria) me llevó directamente la obra ¡Parlamento! de Tryo Teatro Banda de Chile, que me ayudó a analizar un poco más la respuesta hostil, pero entendible: “yo no soy chileno, soy mapuche”.
¡Parlamento! es la puesta en escena de un evento histórico que fue la primera pieza de un efecto dominó del descalabro en Araucanía: el Parlamento de Quilín, acaecido el 6 de enero de 1641, el primer tratado de paz entre los mapuches y los conquistadores españoles. Sin embargo, mi ignorante posición sobre la historia de Chile o del sur del continente no me impidió entender lo siguiente: para resolver varias cosas, hay que saber parlamentar. Hablar, conversar, negociar, dialogar. Es lo que supuestamente se hizo en Quilín y quedó, como sabemos, en nada.
La obra es un unipersonal, creo que la calificaría como un ensayo histórico teatral. No sé si existe eso, pero eso es ¡Parlamento! Es una obra que ensaya tesis y antítesis, que explora la Historia (así, con mayúscula) a partir del movimiento y de la voz. La Historia no se cuenta únicamente con datos y textos, se la cuenta con el cuerpo. Creo firmemente que un acercamiento a la verdad y la memoria histórica se logra a partir de la expresión y la subjetividad, y en ¡Parlamento! se logra esto de manera única.
El actor de este unipersonal, Francisco Sánchez Brkic, se enfocó en narrar, pero también en hacernos entender la Historia de este y otros parlamentos a partir de la música que abría nuevos diálogos, la pintura que nos llevaba a la rabia y el juego de sombras que, en un momento era un desahogo, pero a la vez nos transportaba a los matices de la Historia. Los sentidos del cuerpo estaban allí presentes, los de él, los del espectador. Porque esa Historia con mayúscula se la cuenta hasta tragándose el aerosol con el que hacemos grafiti político. Y esto se siente en la obra.
Allí mismo, en el escenario del Municipal, nos hablaba un juglar contemporáneo. Aquel que cuenta la historia como se la contaron, como la leyó, como la entendió. Y con su propio toque. Como el que contaba las hazañas del Cid, que en buena hora ciñó espada, como un pregonero que conocí en las páginas del Flagelo de Jorge Icaza. Pero ¡Parlamento! Parlamenta; es decir, está más que familiarizado con la tradición oral. Escuchar el manejo vocal fue como leer citas de papeles viejos, la música fue una forma de mantener ritmo y peso en las ideas que se iban planteando. Los leves anacronismos deliberados… nos mantuvieron con una sonrisa y enganchados a su propia argumentación. Nos interpela, parlamenta con su público.
La Historia se cuenta con el cuerpo y los argumentos también. Allí estuvimos, hipnotizados, ante la defensa de una postura sobre la Historia. Parlamentos en Araucanía se hicieron varios después de este y todos acabaron en traiciones, pactos económicos y matanzas.
Cuando veo estos apuñalamientos por la espalda, estas faltas a la palabra (tantas veces a lo largo de la Historia), no puedo evitar pensar hasta qué punto las palabras han perdido su función por promesas incumplidas. Así se arrancó a las personas de sus tierras, así se separó el agua de la tierra y a los árboles de los ríos. Así se derramaron un millón de lágrimas en Araucanía. Esos son los orígenes de “yo no soy chileno, soy mapuche”. Fue con esta obra que se me iluminó el porqué de esta respuesta que obtuve hace casi 15 años. Claro, esto me deja esa duda amarga: ¿Qué hacemos ahora? ¿Vamos directo por la yugular o tratamos de dialogar… una vez más? Hoy, esta vez, ¿con quién se dialoga?
¡Parlamento! hace honor a su título. Este ensayo histórico-teatral cierra con la tesis del diálogo, que a algunos no les gustará. Sin embargo, la falta de palabra es lo que nos dejó en el culebrón en el que estamos. Yo no quiero sangre. Yo creo que siempre hay que saber con quién parlamentar, yo sigo apostando por la palabra.
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