La escritora boliviana nos ofrece una crónica sobre su reciente paso por la Feria del Libro de Quito, Ecuador.
Desde que tengo uso de razón viajo a Quito todos los años, o por lo menos año por medio. Mi padre es quiteño y es por eso que conozco esa ciudad como si fuera aquella donde nací.
Quito es una ciudad con una tradición literaria y artística muy fascinante. Albergó artistas como Marina Moncayo y Oswaldo Guayasamín; escritores increíbles como Jorge Icaza, Jorge Enrique Adoum, y hoy, a grandes novelistas como Gabriela Ponce y Sandra Araya. Y no parece que vaya a cortarse esta tradición, pues, si bien se manifiesta ese mal de la falta de lectura, poco a poco, y como nunca, Quito está creciendo en su industria editorial y producción literaria.
Este fue el año en que terminé varios proyectos, entre ellos, mi libro de cuentos Jano Bifronte, que se presentó en agosto en la Feria Internacional del Libro de La Paz, y tuve la alegría de presentarlo también en la Feria del Libro de Quito. Pude escuchar lo que mis pares ecuatorianas tenían que decir sobre un libro que en su gran mayoría se refiere a Bolivia, así como pude escuchar algunos comentarios sobre mi creación de gente que nunca conocí y que tal vez no vuelva a ver. Al mismo tiempo, en todo este embrollo, pude estar presente en diferentes conversatorios, en algunos hablando y, en otros, como la lectora de a pie que soy y haciendo las preguntas que más me gusta hacer.
La feria se llevó a cabo en el Centro Cultural Metropolitano, en pleno centro histórico y a pasos de la Plaza Grande, es decir, que más quiteña no podía ser esta fiesta. Durante siete días se conversó sobre la industria editorial ecuatoriana, literatura indígena, los géneros literarios, las campañas de lectura, la producción artística y las redes de escritores. Lo importante es que se problematizó, se analizó y se trató de resolver diversos enredos que existen en el mundo literario.
En estas discusiones y debates estuvieron presentes diferentes escritores y editores que fue muy importante conocer o reencontrar, como Solange Rodríguez (Ecuador), Andrés Cadena (Ecuador), Santiago Vizcaíno (Ecuador), Evelio Rosero (Colombia), Selva Almada (Argentina), Laura Escudero (Argentina), Lina Meruane (Chile), Alejandro Zambra (Chile) Kathy Serrano (Perú), entre otros. Entre los escritores bolivianos se encontraban, nada más y nada menos que Liliana Colanzi y Edmundo Paz Soldán, que estuvieron presentes en diversos conversatorios y Paz Soldán presentó la edición ecuatoriana de La mirada de las plantas. Fue muy importante y lindo ver a autores bolivianos ser reconocidos por sus lectores ecuatorianos, y que tanta gente se acercó a Edmundo y sobre todo a Liliana para tomarse fotos, hacerse firmar libros y conversar un poco, como el niño de no más de 13 años que le comentó a Liliana que estaba escribiendo un libro y quería que salga como los de ella.
Fue espectacular ver tanto interés en varias charlas y, me pareció muy acertada la organización de entrevistas en directo a los autores en el pequeño Teatro Variedades, a un par de cuadras de la feria. Esta me pareció una excelente oportunidad para conocer a más profundidad a los autores internacionales, y también una gran manera de ahondar sobre la obra literaria de cada uno. Una entrevista en vivo, es una gran oportunidad de intercambio de ideas, pero también de seguir aprendiendo; a veces una cree que ya sabe mucho y estas son chances únicas de entender aún más.
A la vez, fue increíble ver cómo han estado progresando las editoriales independientes en Ecuador, como El Fakir, Doble Rostro o El Ángel. Así como la creación de nuevas editoriales fuera de las ciudades centrales de Ecuador, como Sur Editorial, creada en la ciudad amazónica de Macas (20,000 habitantes), que me da la idea que aquí en Bolivia también necesitamos descentralizar la producción editorial. También, me quedé con una gran impresión de las editoriales universitarias, como aquella de la Universidad San Francisco de Quito y la Universidad Católica del Ecuador. Este tipo de encuentros son absolutamente necesarios para seguir tomando ejemplos y encontrar nuevas maneras de continuar nuestra producción editorial en universidades privadas en Bolivia, pero también para que las editoriales de las universidades públicas sigan creciendo.
La FILQ fue una experiencia única, en la que todos, anfitriones e invitados, nos recibimos con muchísimo entusiasmo. Todos nos invitamos, todos nos charlamos, el cambalache librero siguió infinitamente, los contactos fueron intercambiados, una que otra cerveza llevó a grandes debates y las maletas casi se rompen por los nuevos libros adquiridos. Todo lo que una feria del libro debe provocar.
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