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Foto del escritorrevista la trini

Desiertos que dialogan

Actualizado: 8 oct 2022

La exposición fotográfica de River Claure, Warawar Wawa (Hijo de las estrellas), trasplanta el universo del afamado El principito de Saint-Exupéry a un imaginario andino. La muestra se puede visitar en el Centro Cultural de España en La Paz (CCELP) hasta el 5 de noviembre.


Si la novela se pudiera mostrar en imágenes y esa novela tuviera que hablar sobre el presente y, además de ello, interrogarlo y leerlo de forma tal que nos informara sobre el sentido del tiempo histórico que se transforma a partir de los discursos que establecemos para conocer y hacer legible nuestra identidad, Warawar Wawa de River Claure, sería esa novela.


No es casual que el curador Juan Fabri afirme que el trabajo de Claure traduce El principito de Antoine Saint-Exupéry para “preguntarnos sobre Bolivia y particularmente los Andes en la actualidad”. Por ello también asegura que “Claure crea ficciones que quiebran y trascienden los discursos del indígena anclado en el pasado y lo ancestral”. Me gusta la idea de Fabri porque también la enlaza a la lectura que desde el Capital se puede realizar sobre el consumo cultural y sobre el mercado en el que los bienes culturales tienen un peso que, por un lado, se relaciona con su valor de cambio y, por el otro, con el valor de uso. Es sobre estos anclajes que la materia y los símbolos globales se resignifican.


Se puede pensar como un neobarroco o como una cuestión abigarrada o ch´ixi; pero también se puede pensar como la facilidad con la que en los Andes todo sucede en simultáneo porque nada muere realmente y por ello, nada termina de nacer. Se ejercita una difícil convivencia y se reorganiza la identidad desde la porosidad híbrida de lo complejo que se complementa. Y si acaso eso nos remite a la construcción, a estas alturas epistemológica, del saco del aparapita saenciano, no será por mera casualidad.


El riesgo es anclarse en el discurso esencialista, parece decirnos Claure; desmonta la república y la identidad nacional y apuesta por otra plurinacionalidad que no remite a una educación cívica ni política. Lo hace más bien resumiendo la vida cotidiana a través de nuestros bienes de consumo, nuestras expectativas, sueños, vestimenta y la decoración de nuestras habitaciones, fiestas y casas. El escenario es el mismo, pero está alumbrado con una luz distinta y el mismo foco de atención está dispuesto en otro sitio.


Aquí no se trata de organizar la memoria política a partir de una reescritura de la historia. Se establece más bien la apropiación de lo global y universal hacia el terreno concreto de nuestro territorio conocido. Todo proceso cultural o de investigación identitaria parte de un recuento de nuestras apropiaciones y resignificaciones de lo conocido. La verdadera apuesta no es ir hacia el exterior para decir una verdad sobre lo que somos, es traer eso que sucede fuera y articularlo a lo que realizamos desde dentro. La verdadera riqueza está en crear esa serie de símbolos y referentes culturales capaces de leer al país licuando también lo que vemos que sucede fuera y, en ese sentido, El principito puede ser la gran metáfora de la desolación, del miedo, de la devastación o de la potencia que se genera cuando hay un espacio para pensarnos a nosotros mismos y ver el interior de aquello que, por facilidad, llamamos “nuestra historia”.

“La verdadera apuesta no es ir hacia el exterior para decir una verdad sobre lo que somos, es traer eso que sucede fuera y articularlo a lo que realizamos desde dentro. La verdadera riqueza está en crear esa serie de símbolos y referentes culturales capaces de leer al país licuando también lo que vemos que sucede fuera”.

Claure aquí se cuestiona y nos interpela sobre el destino del discurso de lo que somos, y no es casual por ello que el tema sea la infancia y el protagonista un niño; y que los demás sean satélites distraídos en lo eventual y en lo posible. El sueño de la infancia es la manifestación de una vida que podría ser, pero también es la enumeración de los riesgos del tránsito de una edad a otra, perdiendo lo que somos en el camino. Eso pasa tanto a nivel político como cultural. Nuestra imitación reorganiza el discurso creativo y se encuentra al menos en lo literario, tratando de ganar espacio afuera, saturando el mundo de más objetos similares a los que de entrada el mundo ya produce.


El riesgo de Claure es máximo porque nos coloca frente a una pregunta que no es fácil formular. Una que remite a la construcción del oficio y la asimilación del sentido de la palabra escrita en un escenario donde parece no importar ni tener mucho sentido porque su potencia fue y es usurpada por el lenguaje de la política y de la información o, simplemente, del adiestramiento. No es solo un relato. Es una gramática la que está en juego. En ese sentido, la literatura y lo que se cuenta, lo que se calla y nombra, puede ver en la obra de Claure una instancia de toma de posición y de recuperación de un habla que se ha perdido por tratar de imitar lo exterior.


Y no está mal que se haya usado la palabra “traducción” al leer este objeto cultural. Se traducen el lenguaje, las palabras de fuera, pero antes que todo, el pensamiento y la imagen para volverlas palabras; esa primera traducción depende de nuestro grado de conocimiento de la herramienta (el lenguaje), porque solo de esa manera la traducción será cada vez menos traicionera con su referente. Así y todo, Warawar Wawa llega a contar muchas historias en su instalación gracias a la curaduría de Fabri, porque él mismo entiende que Claure crea un relato dentro de un relato mayor sin dejar de postular una forma de construir el mundo que debe ser poblado por los nuevos artistas.


Sin duda, abre un camino y muestra una manera de decir y hacer lo que se soslaya por miedo a la identidad de la diferencia porque, después de todo, en un escenario global y saturado por lo virtual, lo que importa es la identidad común, la similitud, lo igual. Ahora que Claure demuestra que lo realmente potente es la diferencia dentro de la diferencia, que es protagónica y no periférica como nos hicieron creer, resta aprender y emprender el camino; resta establecer también desde lo escrito esa compleja red de significados y guiños que Claure coloca y muestra de manera perfecta.

“En ese sentido, la literatura y lo que se cuenta, lo que se calla y nombra, puede ver en la obra de Claure una instancia de toma de posición y de recuperación de un habla que se ha perdido por tratar de imitar lo exterior.”
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