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Cuando teníamos el cuerpo todavía entero

Una lectura de Antes, en cualquier parte, libro de cuentos que Claudia Peña acaba de presentar en La Paz.



Antes, en cualquier parte (Parc Editores, 2013), de Claudia Peña, es un exhaustivo desmenuzamiento del cuerpo, de lo corpóreo, de la corporalidad desde diversas historias cotidianas enmarcadas en entornos familiares íntimos, en la complejidad de las emociones, los pensamientos y las obsesiones, y por lo general en contextos marginales.


Si se narra el cuerpo, necesariamente se narra trauma y cicatriz: cuerpos heridos y mellados; cuerpos en peligro, al borde del abismo. Cuerpos atrofiados, inermes, vulnerables; cuerpos sumisos y vencidos. Cuerpos viejos, en deterioro; desapareciendo del vivir, olvidando cómo funcionar. Cuerpos que olvidan que son cuerpos. Pero también cuerpos imponentes, decididos y salvajes. Cuerpos autónomos, rebeldes. Si se narra el cuerpo, entonces, se narra también esperanza y energía. Se narra el summum de la estética.


¿Cómo se levanta una? ¿Cómo se despereza, cómo bosteza, cómo se destapa? ¿Cuánto tardan en desaparecer los rastros del otro? Que a mi piel se adhieran los vestigios de su piel dormida, lo que de él continúa en las sábanas. Mientras permanezca un cabello, una huella de saliva, no habrá terminado de irse. (119)


Es también, esta colección de cuentos, una indagación en los lazos y vínculos familiares, filiales, sobre todo; pero no desde el lugar común de amor y desamor, sino desde la crisis de las relaciones conflictivas, desde el lado duro y real de la vida: cuando el dolor, el cansancio y la suma de derrotas endurecen a las madres, a las hijas; cuando no hay empacho por mostrase tal cual uno es y dejar en el armario los convencionalismos y lo políticamente correcto.


¿Qué somos nosotras frente al crujido del mundo,

mamá,

podrás quitarnos de su camino? (107)


Cuentos narrados en primera persona (salvo algunos cortos pasajes), pero no pocas veces del plural: multiplicidad y apropiación o inclusión de un otro en uno mismo. Cuentos permeados por lo poético, recurso que, además de cumplir un objetivo formal, conlleva una razón de ser profunda: solo el ritmo y la cadencia insuperables del verso pueden sostener la intensidad que a momentos requiere el relato.


En “La ciencia médica”, la madre tiene un grave accidente, la hija lo sufren en carne propia. Lo sufre tanto que debe recurrir a un soporte extra y se duplica, se pluraliza. Lo colectivo como modo de amortiguar la cruda realidad, el dolor.


Alguna de las que nos habita (y que hasta ahora no conocíamos) se nos despega, da la vuelta, dos pasos, abre el armario y toma la manta. Nosotras quietas. (14)


“Libélulas”, cuenta la aventura de dos hermanas que se libran por los pelos de ser abusadas cuando surge en ellas la fuerza, la furia de miles de libélulas que estallan en el pecho. Cuando el instinto humano más básico llama a defender el cuerpo, la integridad, la vida; cuando en esta misión, se da un paso imposible de desandar y olvidar.


¿Qué palabras dijimos, cómo nos fueron devueltas?, seguro que festejamos cada una, cuando teníamos el cuerpo todavía entero, cuando aún no cargábamos el secreto. (29)


“Nada malo se espera en un día de sol”, es la historia de una mujer que un día nota que perdió la elegancia en sus movimientos, y poco a poco empieza a entender que la pérdida es mucho mayor. Su cuerpo empieza a sobrevivir más allá de ella, de su mente, de la memoria perdida.


¿En qué momento mi cuerpo dejó de ser suficiente? (…). …mi cuerpo hace cosas sin que yo las piense. (40-41)


En “Lo que llamamos niño o madre o lealtad”, el relato más largo y de los más logrados, una niña enfrenta un primer hecho trascendental y traumático que acelera el cierre de su infancia de la manera más dolorosa posible: descubriendo la falta de lealtad de su madre. El futuro de Marita se define en pocos días fatales de un verano en el que de los juegos pasa bruscamente al desencanto por las debilidades de la adultez.


Entonces, vi el amanecer y por fin supe cómo era ese despertar de las cosas: del agua, de las plantas, de mi propio cuerpo. Sentí mi piel erizada, terminando de despertar. (71)


Dolor, trauma y cicatriz: en situaciones límite, lo corpóreo se impone, determina, guía a lo emocional.


A second-hand emotion”: siempre le atrajo la muerte y lo intenta de varias maneras, hasta que le toca dar vida y entiende (no necesariamente feliz) que ya queda definitivamente atada al mundo, al tener que vivir.


Mantenerme viva requiere un esfuerzo mayor al de solo dejarme ir como quien deja de manotear con torpeza el agua. (78)

La vida no necesita que yo le diga que sí. (85)

La vida disparatada arrastrándome sin piedad a su torbellino infinito, amarrándome para siempre al siempre que es la vida de mi hija. (91)


Cuando el cuerpo está demás, cuando se puede e incluso se necesita prescindir de él, y solo frena la duda de no saber qué hacer con la vida que lo habita.


En “A quién culpar”, el agua, cuerpo todo poderoso, se lo lleva todo. Rabia, humillación, devastación. ¿A quién culpar? El río tiene forma, entidad, cuerpo. El río es y está.


¿Esto podemos dejarlo ahí para que el agua lo tome y lo habite? (99)


Chuqil qamir wirnita”, es una crónica poética que recuerda la violencia del reciente golpe de Estado en Bolivia. Movilización, represión y muerte. El cuerpo vulnerado, la ausencia de cuerpo. La muchedumbre hecha un solo cuerpo.


Sobre los bancos de madera están los cuerpos

que vienen a reconocer.

¿Podrás reconocer tu cuerpo, muchacha?           

Podría reconocer sus manos, su vientre           

aunque solo eso quedara.           

Sus labios           

y sus uñas           

aunque solo una uña quedara,          

sabría cuál          

es el hombre de mi cuerpo (116)


Y para cerrar, hay que detenerse brevemente en el lenguaje. Peña se despacha párrafos de demoledora intensidad y emoción. Trazos y momentos redondos. Poesía.


Tus ojos, Nina, desapareciendo tras las paredes. Un vacío explota en mi cabeza, se expande en mi boca y se enreda con mi lengua. Mis ojos acercándose a esa puerta, al sonido de la lucha, de una silla que cae. Reconozco tu gemido, hermana, es mi hermana. Algo se rompe, una jarra, un vaso, un vidrio. El silencio. Tres segundos. Lo oscuro. (35)


Yo veía el agua extendida en toda mi pieza y no podía entender, era como si el agua hubiera estado escrita en un idioma extinto y desconocido. (95)


Y levanta la mano como si quisiera, levanta la mano como si pudiera detener o tal vez como si ella también (como la greda y las piedras, como las paredes y sus maderos) quisiera retornar al ímpetu sin orden

a ese antes que había antes de los brazos

cansados

de los hombres. (110)



 

Foto: Verónica Mendizábal

 

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