Las principales editoriales del país acaban de lanzar sus primeros títulos de 2022, y arrancaron por lo alto. Un repaso a las novedades nos permite, de refilón, un repaso a las razones que sostienen el buen momento de las letras nacionales.
“Medinaceli es esencial para la crítica literaria boliviana porque se ha inventado lo que llamamos la literatura boliviana”, escribe Luis Cachín Antezana. Y en innumerables tertulias mejora esta certeza: “si Gabriel René Moreno se inventó Bolivia, Carlos Medinaceli se inventó la literatura boliviana”.
La importancia de Medinaceli es capital para las letras de este país, mucho mayor de la que se le reconoce, siendo que es conocido –y no poco– sobre todo por su única novela, La Chaskañawi. Y siendo que su prolífica producción pese a su corta vida de 50 años, fue sobre todo ensayística y que en gran medida se publicó después de su muerte.
Por eso es más que trascendente la publicación de Ensayos reunidos, el volumen 1 de su Obra completa, en una edición de Ximena Soruco, publicada por el Instituto de Investigaciones Literarias de la Carrera de Literatura de la UMSA y Plural Editores.
Estamos arrancando el cuarto mes del año –¡Ya, tan rápido!–, pero como a los bolivianos nos gusta decir: el año no arranca hasta que pasa carnaval. Es así que, en el lapso de pocas semanas, entre fines de febrero y fines de marzo, las principales casas editoras nacionales iniciaron su 2022 con lanzamientos a cuál más interesante.
Acompañan a los ensayos de Medinaceli otros dos libros de no ficción –tendencia clara en la producción escritural del país–: Los hijos de Goni (Sobras Selectas), de la alteña Quya Reyna y Huaco retrato, un best seller en Perú y España, de la autora peruana Gabriela Wiener, en una edición exclusiva para Bolivia a cargo de Dum Dum. La ficción está muy bien representada por Guillermo Ruiz Plaza con su novela El hombre tocado de viento (3600) y la poesía por Kirki Qhañi (El Cuervo) de Elvira Espejo.
Arranque editorial-literario más que auspicioso, entonces, que viene solo a confirmar o dar continuidad a lo que fue un más que solvente 2021. Y es que el año recién pasado salieron de imprenta títulos como El llamo blanco (La Mariposa Mundial), de Jesús Urzagasti; Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz (La Mariposa Mundial), de Luis Antezana, por seguir con la no ficción, y novelas como Miles de ojos (El Cuervo, 2021), de Maximiliano Barrientos, un relato fantástico del subgénero weird fiction; Cuando vi la sangre (3600), de Lourdes Reynaga y De esta noche no te marchas (3600), de Rosario Barahona, dos obras, estas últimas, que destacan por la exploración técnica –interposición de planos temporales y narrativos– y la solvencia para sacar adelante historias que sobreviven por sus trasfondos por encima de los temas de superficie. Y dos sólidos libros de cuentos: Los fantasmas del sábado (3600), de Adhemar Manjón y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Plural), de Magela Baudoin
Ni la pandemia, ni la crisis, ni cualquier otro efecto externo, como debe de ser, y como era de esperar, afectan a la creatividad. Hace ya varios años que se escribe y se publica muy bien en Bolivia. Los reconocimientos internacionales así lo prueban –aún seguimos de enhorabuena por el Premio Ribera del Duero que ganó hace un par de semanas Liliana Colanzi–, pero además la silenciosa pero enorme tarea de la gestión editorial: la misma Colanzi creó hace pocos años Dum Dum desde la que publica, “en tiempo real” para Bolivia, piezas seleccionadas de lo mejor que se produce en Latinoamérica. No se debe olvidar la labor de revisión y rescate de La Mariposa Mundial y los ya consolidados emprendimientos independientes como 3600 y El Cuervo de cuyos catálogos salen la mayoría de las mejores novelas, poemarios y cuentos que da Bolivia en los últimos lustros, con el permiso de Plural, de larga data y con alcances en otro nivel, y de emprendimientos no menos auspiciosos como Nuevo Milenio y Sobras Selectas.
Para cerrar este breve intento de “estado de situación”, y volver a lo que nos motiva en estas páginas, no hay que olvidarse que otro faro que guía la suerte de las letras nacionales en los últimos años es la investigación en literatura, con la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) como punta visible –y, ojalá, aún vigente– entre otras iniciativas como la siempre encomiable labor de la Carrea de Literatura de la UMSA y proyectos menores que dan pelea, como la Biblioteca Plurinacional que, desde el Ministerio de Culturas, reeditó ocho libros bolivianos de inicios del siglo XX, por décadas olvidados.
2022, decíamos al inicio, abre con patada voladora y en espera de la temporada de ferias del libro –mayo en Santa Cruz, agosto en La Paz y octubre en Cochabamba– que es para cuando las editoriales se afilan, tenemos cinco “ases” que bien pueden brillar sobre la mesa de noche donde se suelen apilar los libros pendientes y próximos.
Ensayos reunidos. Obra completa Vol. 1 Carlos Medinaceli Ximena Soruco (editora) Carrera de Literatura (UMSA) - Plural Editores
(Fragmentos del estudio introductorio)
Los doscientos cuarenta y un ensayos reunidos en tres volúmenes en esta edición crítica de la Obra completa de Carlos Medinaceli guardan notable coherencia temática y consistencia en su propósito. Están todos ellos dedicados a la crítica literaria de autores y libros de Bolivia, América, España y Europa occidental, a la reseña de publicaciones en el ámbito de las letras y las artes y la cultura y la sociedad. A esta unidad de asuntos y materias, corresponde una unidad exterior de forma. Son de pareja extensión, cada uno fue publicado originariamente como un artículo.
(…) En sus primeros ensayos, Medinaceli considera que los autores y temas nacionales todavía sufren en Bolivia del menosprecio destinado a las costumbres locales y el terruño. No encuentra en la vida política, social, cultural boliviana proyectos de institucionalización que sostengan o contengan el de dotar a la República de una literatura nacional, con sello propio y carácter distintivo, como prenda de emancipación y soberanía.
Huaco Retrato Gabriela Wiener Dum Dum
La escritora y cronista peruana Gabriela Wiener cumple en este nuevo libro los dos preceptos que la destacan como una de las figuras de la no ficción hispanoamericana actual: escribe muy bien y escribe sin frenos, con desparpajo, sobre las taras más enquistadas en las sociedades de hoy; en este caso, sobre el colonialismo, el racismo y la discriminación.
A eso se debe agregar el plus de su infaltable vida privada que no escatima en compartir con lujo de detalles: Wiener es bisexual y poliamorosa. Vive con su marido Jaime y su esposa Roci, tiene una hija ya adolescente con el primero y el hijo de ellos (de Jaime y Roci) se cría con la certeza de que es lo más normal tener dos mamás y un papá que comparten la cama. ¿Y por qué no?
(Fragmento)
Mi padre usaba un parche en el ojo derecho. Por lo visto lo usaba, porque yo jamás lo vi. Me lo acaba de decir la mujer que no es mi madre.
(…) La ficción del padre podría metamorfosearse en la no ficción de la hija escritora de no ficciones. La mentira impulsa la búsqueda de cierta verdad. ¿Cómo se llega a ese punto? ¿Cómo pudo? ¿Qué ánim lo poseía? Son preguntas de estupefacción, en realidad balbuceos.
El parche era, digámoslo así́, la coartada de un infiel, la más absurda que alguien podría inventar y también la más absurda que alguien podría creer, pero funcionaba. Probablemente porque la doble vida del adúltero pertenece al género fantástico y en ese universo los cerdos vuelan y los padres fingen una discapacidad.
El hombre tocado de viento Guillermo Ruiz Plaza Editorial 3600
Con Días detenidos (Premio Nacional de Novela 2018) Ruiz se consolidó como un narrador hábil, con una impronta propia que navega con éxito entre el estilo austero de sus coetáneos bolivianos más mediáticos y referenciados en el panorama de la ficción hispanoamericana (mencionemos a Colanzi, Hasbún y Barrientos) y entre la prosa más elaborada, quizás con dejos barrocos, de sus también compatriotas Urrelo y Piñeiro.
En El hombre tocado de viento explora aún más su imaginación, su conocimiento de la dinámica paceña y parisina –vive en Francia hace muchos años–, y ofrece un atrapante argumento centrado en dos escritores-bohemios bolivianos codeándose en la ciudad luz de los 50 y 60 nada menos que con Camus y Cioran.
Es refrescante y esperanzador que con esta puesta en escena de Ruiz –que ya antes había llamado la atención con libros de cuentos, poemarios y ensayos– la narrativa boliviana reafirme que goza de buena salud, lejos de todo encasillamiento.
(Fragmento)
–Dos jóvenes bolivianos viviendo en el París de esos años, codeándose con Sartre, Camus y otros escritores de igual calibre, ¿te lo imaginas?
–Me lo imagino, don Felipe. Aunque al mismo tiempo no me lo imagino.
–Fueron años maravillosos, Jairo, y a la vez muy extraños. Ahora lo sé. Por extraordinaria que sea una época, para quien la está viviendo es la más pura banalidad. –Inclinado hacia delante en la butaca, don Felipe parecía haber olvidado su limonada, que temblaba levemente en el vaso–. Y es que la banalidad no está en las cosas sino en los ojos de quien las mira, ¿te das cuenta?
Los hijos de Goni Quya Reyna Sobras Selectas
“Los que no jugaban con el pan, las que llevaban medias impares remendadas o con algún encaje viejo. Yo los entendía. Luchábamos para no convertirnos en hijos de Goni”, se lee en el texto que da título a este libro. Entre anécdotas e historias personales que todos tenemos, que todos contamos y que a veces escribimos en Facebook –de hecho, ese es el origen de algunas de estas piezas–, la autora alteña filtra –y ahí está la riqueza– situaciones y contextos que todos sobreentendemos o intuimos, pero que pocos conocemos de primera voz y menos en carne propia.
La honestidad y valentía –casi nunca presentes en la mentada red social– hacen no solo llevadero, sino interesante este libro narrado en primera persona, matizado de realidades y lindante, si se quiere, con la buena autoficción (tan injustamente denostada en estos días, solo por la abundancia de libros malos). Y es que Los hijos de Goni es un libro de crónicas que bien puede ser un buen libro de cuentos o, mejor aún, es una novela redonda. Esto no quiere decir que se desmerezca o ponga en duda la veracidad de lo contado y el propósito de la autora de presentar las historias como crónicas.
(Fragmentos)
Yo creo que un hombre de El Alto no es nada si no es más que su vecino, por eso los adornos coloridos en las bicicletas y minibuses, por eso las fachadas bien llamativas de los nuevos edificios, por eso la línea del pantalón casimir bien marcada, por eso los aretes de oro, por eso el bailar en la fraternidad más grande, la mejor. Por eso, nada más que por eso, porque no se puede vivir sin decirle a tu vecino: tu envidia es mi bendición.
(…) Es que no hay receta cuando se trata de preparar tu fiambre y, menos mal, no hay reglas cuando los dejas en el apthapi; no hay asco cuando usas tus manos para levantar aquello que puede ser lo único que comas en el día (…pienso que por eso los alteños y alteñas no necesitan tener mucho para recibir más de esta ciudad. Es que no hay receta para ser como somos (…) quizás sí pues, eso es el alteño: un plato sin receta, uno que se construye desde lo que hay en casa, desde lo que se cosecha, dependiendo la temporada.
Kirki Qhañi Elvira Espejo El Cuervo
Escribe Miguel Rocha Vivas en el prólogo de este libro: “vivimos en una época en donde nos falta el aire. Esmog, virus y depresión son tan solo síntomas de un desaliento que tiende a permearlo todo. Los alientos, sami sami, son cantos y ánimos que emergen de una relación armónica, aunque no idílica, con los cerros, los vientos y el conjunto bio-espiritual de la madre tierra. El lector de Kirki Qhañi / Petaca de las poéticas andinas, recibe un regalo de alientos a la vez que de palabras mayores, palabras sapienciales que forman parte de contextos culturales traducidos con sencillez y generosidad por Elvira Espejo”.
“Elvira Espejo es una traductora entre culturas capaz de hacernos ver, pensar y sobre todo sentir. El carácter multimedial de su obra nunca se completa en sí mismo, siempre es un llamado a lo colectivo a la vez que un llamado a escuchar, texturar, entretejer miradas. Su obra de sami colectivo es una propuesta sentipensante en donde la oralidad, la escritura literaria alfabética y las grafías comunitarias, como el tejido, se combinan y confluyen en lo que he llamado oralitegrafías para referirme a la producción multimodal de algunos escritores indígenas actuales”.