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mónica velásquez guzmán

Aquí, entre nos

Texto leído en la presentación de la reedición del poemario Ítaca (Santillana, 2023) de Blanca Wiethüchter.


Ayer soñé que volvías…


Atenta, en la vigilia, oigo. Nos contaste cómo, quien espera es todo cuerpo. “Esperar es oír”, atender. Cuántos murmullos, llaves, apertura y cierre de puertas, cuántos pasos con y sin tacones, cuántas entregas de comida a domicilio. Cuántos saludos, cuídate, llévate chompita, cuántas despedidas. Soy, toda yo, un par de oídos, no hay más órganos. Te aguardo.


Quien se va, lo hace porque sabe que alguien se queda. Alguien cierra tu cuarto adolescente y te devolverá ese tiempo cuando vuelvas, por ejemplo, divorciado. Alguien limpia esas fotos en las que luego de años querrás reconocerte y recordarás la letra entera de los Rolling Stones o de Gustavo Cerati. Alguien te contará que caminabas tempranamente, que dijiste calcetín como primera palabra. Alguien se aquieta para que otra u otro salgan a explorar mares y poner a prueba su valía.


¿Qué hace quien espera? Sueña, interpreta señales (todo es una señal del regreso, claro). Tiende y destiende camas; se pone y se cambia de vestido, ahonda o cubre un escote, perfuma una piel; se baña en las aguas del consuelo y de la pregunta. Prepara la cena y la desprepara, la aligera. Cuenta y descuenta años, estrías, noches y días. Teje y desteje. Distrae, despista, envía a los pretendientes a ver si llueve. Lidia con el polvo concreto sobre cada mueble. Quien espera envejece. Quien espera tiembla o juega solitarios. A veces, solo a veces, sabe salir a tiempo de la angustia, saltar de este a “otro día”, abrirse a la inmensidad del mar que nunca parte, que nunca llega, que se está: pleno.


¿Y si es de amores, el asunto de este libro? Ese ya es otro cantar. ¿Qué amante recuerda cómo ardía su piel frente a esos ojos, entre esas manos, alrededor de esa espalda? ¿Qué deseosa anhela, todavía, encender hogueras, aunque mire las nuevas gravedades cambiando su cuerpo y su edad, aunque los hijos le hayan crecido y se hayan alejado del árbol? ¿Quién es esa mujer –decías- buscando qué fuego, o qué mar, añado? ¿Qué desprendimiento hace visible a esa, la otra, la hechicera, la bella Circe, transparente en su poder? ¿Qué saber el de los cuerpos, contame?


¿Y si es de conjuros, el tema? Que regrese, que regrese, que regrese, repetir hasta que el sueño retroceda el tiempo. Pero algo en lo profundo podría advertir del reverso, de que a cada rogativa corresponde una lejanía más extrema. Y entonces qué hacer si él regresa, claro. ¿Qué hacer si la dirección cambia, si el viento gira y solo queda mirarse a solas y de frente, sin pretextos ni postergación de una misma?


Pero ¿qué es ese verso “Hoy Penélope me estoy en tu nombre”? (¿Cómo se te habrá ocurrido?) El sitio del que todas hemos salido y al que hemos vuelto. El rol de hermana/amiga/fantasma a quien hemos hablado y pedido que nos despierte del ensueño. La otra que hubiésemos sido, esperando en casa, mientras en la realidad laburamos triple jornada. La liberada del mandato ser-para-otros. Lo que se espera de nosotras. El puerto que sueña ver Ulises u otro que le habla, que le susurra, a su vez, hoy Odiseo me estoy en tu nombre… ¿Habrá para las hombrías de hoy ese sueño de mar y de puerto?


Anoche soñé que volvías. Dime Penélope Blanca fue solo un desliz de extrañamiento o estabas ahí cerquita, haciendo cosas no siempre precisas. Mirando, por ejemplo, algo inédito: tu Ítaca ha vuelto.

Cristina Wayar, Camila Molina Wiethüchter y Mónica Velásquez en la presentación del libro. Foto: Mabel Franco.

Tapa: ilustración de Alex Pelayo Ramos.

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