Este próximo 27 de julio se cumplen 40 años de la muerte del “Basco”, uno de los más reputados narradores paceños de las últimas décadas del siglo pasado. En este texto[1] se procura trazar un breve perfil suyo.
Chaupi punchaypi tutayarka decía Carlos Medinaceli. A mediodía anochece. Se refería a cómo tantas jóvenes promesas de la intelectualidad y la cultura en Bolivia dejaban (¿dejan?) extinguir su talento y brillo en la desidia y la vacilación. Pero esta metáfora bien puede trasladarse también al extraño sino –como fue el del propio Medinaceli– de no pocos literatos y artistas nacionales cuya temprana muerte los (nos) privó de mayores logros y, a veces, de la trascendencia. En partes le pasó a René Bascopé Aspiazu, escritor paceño que, si bien falleció muy joven, a los 33 años, al menos alcanzó antes a dejar una apreciable –en calidad y cantidad– obra narrativa y poética.
Si de describir el estro narrativo (de la poética, tocará hablar en otro momento) del autor de “La noche de los turcos” se trata, surgen de inmediato tres palabras: ciudad (La Paz), muerte y marginalidad; tres elementos independientes que en su obra forman un concepto, una unidad.
Chaupi punchaypi…
Anocheció demasiado temprano para el “Basco”, pero aun así dejó dos novelas, un par de docenas de cuentos –muchos de alta factura– y un poemario editado póstumamente. Y no hay que olvidar que combinó su tarea literaria con las no poco demandantes labores de docencia, periodismo y activismo político. Por eso quedará siempre la duda de hasta dónde habría llegado su trabajo siempre dinámico y en evolución. (Chaupi punchaypi tutayarka).
Juan Pablo Piñeiro (2014) afirma: “Murió joven, muy joven. Tenía 33 años y nos dejó anclados por siempre en el auspicioso presentimiento de su futura obra. Parecía que le faltaba mucho por contar. Cuando muere alguien que todavía puede maravillarnos con su literatura, es como si desaparecieran de nuestra biblioteca futura entrañables libros que nunca leeremos”.
¿Fue el mejor de su generación? Muchos de sus amigos escritores no tienen ninguna duda al respecto. René Bascopé Aspiazu nació en La Paz el 3 de octubre de 1951, a escasos meses de la llamada Revolución Nacional que en abril de 1952 significó un tardío, pero tangible, al fin, ingreso de Bolivia a la modernidad, a una sociedad más ecuánime y justa, en la medida de lo posible; causas, estas últimas, a las que el autor nunca negó esfuerzo desde la organización y resistencia a las dictaduras de los 70, y desde el valiente periodismo de investigación en el semanario Aquí. Omar Rocha (2014: 5), con seguridad el mayor estudioso de su prosa, sostiene:
Fue un escritor que luchó por la democracia; El Basco, como lo llamaban, era una persona absolutamente comprometida con su medio social. A finales de los 70 y principios de los 80 denunció a la dictadura, dirigió el legendario semanario Aquí y tuvo que vivir en el exilio porque su vida corría peligro (...) Su apuesta por la literatura era un camino indirecto relacionado con sus ideas, de allí sale el realismo de horror que logra en su escritura. Su lucha política y su escritura son una muestra de cómo el “arte” fue una de las vías más transitadas por esa generación víctima de los regímenes militares más horrendos.
En bibliotecas y hemerotecas hay pocos datos para reconstruir la biografía de René. El testimonio de sus amigos escritores es fundamental para trazar algunos detalles de su personalidad, de sus búsquedas y su ética de vida. En la “cronología” de vida y obra de la edición de La tumba infecunda de La Mariposa Mundial, elaborada por Rocha y completada por Gustavo Guzmán, se lee que ya en 1963, a sus 12 años, empezó a escribir poesía y que tras salir bachiller, en 1969 se inscribió a la Carrera de Ingeniería en la universidad pública paceña.
En los primeros 70 empezó a escribir prosa, ya con mayor conocimiento de causa que en las iniciales experimentaciones poéticas y publicó algunos textos en la famosa “Presencia Literaria”, suplemento cultural creado y dirigido por Juan Quirós, que es toda una referencia para la literatura boliviana de la segunda mitad del siglo pasado. A la par, empezó a colaborar con material periodístico en Presencia y Última Hora y en la radio Cruz del Sur. A fines de 1976, ya casado y papá de dos niños, empezó a meterse de lleno en la literatura. Creó la revista Trasluz junto a Jaime Nisttahuz y Manuel Vargas y en el número inicial apareció su primer cuento “El portón”. Y de ahí no paró durante siete frenéticos años en los que obtuvo tres veces el Premio Nacional de Literatura “Franz Tamayo”: en 1977 con el libro Primer fragmento de noche y otros cuentos; en 1978, con la novela Los rostros de la oscuridad; y en 1979 con los cuentos Niebla y retorno.
En el ínterin prosiguió sus labores periodísticas e incursionó en la docencia, hasta que llegó el exilio. En julio de 1980 partió a México, donde ganó un par de concursos de cuento, trabajó en un periódico y en la editorial del Fondo de Cultura Económica. Sobre ese periodo, Ramón Rocha Monroy (2014: 3), recuerda:
Vivimos juntos primero en el hotel Francis y luego en Tlalpan. A diario buscábamos trabajo y siempre íbamos juntos. Mario Guzmán Galarza, exembajador de Bolivia, nos recomendó a la directora del Museo del Chopo y del periódico Ovaciones, y fuimos a buscarla. No podía contratarnos en el Museo ni en Ovaciones, pero nos mandó a una especie de Playboy mexicana, que se llamaba Su otro yo, y que en los siguientes meses nos compró relatos eróticos. (…) Esa mujer, hermosa, era nada menos que Ángeles Mastretta, famosa por sus libros Mujeres de ojos grandes y Arráncame la vida. (…) René ganaba además, semana tras semana, un concurso de cuentos de El Nacional, donde yo también intervenía sin el menor resultado. Él me decía que mis cuentos no eran malos, pero que para ganar un concurso se necesitaba presentar caballos de carrera…
En 1982, apenas Bolivia recuperó la democracia, El Basco regresó lleno de energía y esperanza y con su producción cuentística revisada y reunida en un volumen que tituló La noche de los turcos. Incluyó en este libro los relatos que más le convencían de sus obras ganadoras del Franz Tamayo, que aún no se publicaban –recién ocurrió en 1988– debido a la falta de institucionalidad que dejó la dictadura. Cuando estaba retomando su actividad periodística con especial énfasis en el análisis político (en 1982 publicó el ensayo La veta blanca, sobre el papel del narcotráfico en el terrorismo de Estado que gobernó por años en el país), murió en 1984 a consecuencia de un disparo en un incidente que nunca fue resuelto del todo. No alcanzó a ver publicada La tumba infecunda, que meses antes de su partida envió al por entonces mayor concurso literario nacional, el Premio Erich Guttentag. La editorial Los Amigos del Libro editó la novela en 1985.
Su temprana muerte dejó en shock a su círculo cercano y al creciente número de críticos y lectores que ya lo seguían con especial interés. Comenta Adolfo Cárdenas (en Zelaya, 2014: 4-5), amigo cercano del Basco en los años 70 y 80 de tertulias literarias y alcohólicas, e incluso ocasional “camarada” de resistencia política:
Según varias opiniones, el tiempo de Bascopé fue muy corto [Chaupi punchaypi…], tanto que no le alcanzó para plantear una obra más madura. Sin embargo, los escenarios que había escogido para el desarrollo de su narrativa (saenzianos, obviamente) dan la pauta de que en algún momento se iba a plantear una cámara de eco de Felipe Delgado.
Edgar Arandia (en Zelaya, 2014: 4-5), poeta y pintor, y parte de los grupos de intelectuales que se codeaban en diferentes espacios de La Paz durante los 70 y 80, traza un brevísimo semblante del Basco:
Era una persona de una inteligencia excepcional, pero sobre todo, un amigo a toda prueba, valiente, solidario. Me acuerdo que durante un tiempo yo andaba muy mal económicamente y él me llamaba para que colabore en el semanario Aquí con dibujos e ilustraciones; no pagaban a nadie en el diario, pero él me daba plata de su bolsillo.
Por lo demás, pocos saben que tocaba guitarra, le salían bien las rancheras… y claro, era el más politizado del grupo de escritores y artistas. Fue militante primero del PCB y luego del PS-1, con Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Como escritor, como todos saben, tenía un gran talento, no solo para sus ficciones, también para diseñar, analizar y criticar estructuras narrativas y otros aspectos literarios. Teníamos un mundo en común… ambos vivimos en conventillos y él los supo reflejar como nadie. Me acuerdo que yo le conté la historia que da argumento al cuento La pasión de Cirilo… y me lo dedicó en su primera edición.
Gran ilustrador de las tradiciones y mitos urbanos, Bascopé –aun marxista como se reconocía– no retaceaba atención a intuiciones y presentimientos alejados de la lógica racional. Omar Rocha lo corrobora en su citado texto:
Persiguiendo el misterio que esta muerte [temprana] acarrea, se puede decir que una intuición rondaba en la cabeza de Bascopé casi todo el tiempo. Cierto apuro en la vida, es un testimonio. Cierto prurito por dar a conocer su producción, da mucho en qué pensar –no es nada casual que la mayoría de sus libros publicados, por no decir todos menos dos, hayan sido presentados a concursos literarios–. Él decía, desde mucho antes del suceso que provocó su muerte, que se iba a morir a los 33 años, y así fue (Rocha, 2014: 5).
Bibliografía
Piñeiro, Juan Pablo
2014 “La ciudad de la penumbra”. LetraSiete, Página Siete (24 de julio): 7. La Paz.
Rocha Monroy, Ramón
2014 “Encomio de René Bascopé Aspiazu”. LetraSiete, Página Siete (24 de julio): 3. La Paz.
Rocha, Omar
2014 “En memoria de René Bascopé Aspiazu”. LetraSiete, Página Siete (24 de julio): 5. La Paz.
2004 “La obra narrativa de René Bascopé”, en Bascopé Aspiazu, René. Cuentos completos y otros cuentos. La Paz: La Mariposa Mundial.
Zelaya, Martín
2014 En Zelaya, Martín “René Bascopé, cuando la muerte venga a recordarnos”. LetraSiete, Página Siete (24 de julio): 4-5. La Paz.
[1] Este artículo es el fragmento inicial del ensayo “Soledad de conventillo. Una aproximación al universo escritural de René Bascopé”, parte de un libro en preparación.