Con Adolfo Cárdenas la literatura boliviana pierde a uno de sus grandes referentes. Su narrativa encarnó el imaginario y la identidad de la urbe paceña, y su labor docente influyó a varias generaciones de autores y autoras. Aquí va la primera parte de nuestro homenaje con un obituario de Martín Zelaya y testimonios de Giovanna Rivero, Edmundo Paz Soldán y Luis Carlos Sanabria.
Imagínense al Adolfo con su mochila, correteando detrás de cargadores en terminales de buses y estaciones de tren, contando bultos o maletas al subir o bajar de taxis y viajando días enteros para recorrer mercados y tiendas en Brasil, Chile y Argentina.
O dibujando y garabateando hojas y hojas en la cocina familiar, rodeado de tías y primas, en espera de que lleguen a los quioscos las historietas que leía compulsivamente. O haciendo largas filas para entrar a los “gallineros” de hasta tres salas de cine al día. O en ajetreos para sacar adelante una pequeña maquila para ganarse la vida.
Sin entrar en su obra literaria, al pensar en el Adolfo, es difícil no verlo cómodamente sentado, casi despatarrado, en sillas o sillones de las salas o estands de la Feria del Libro de La Paz, o en las choperías del after de presentaciones y encuentros literarios; cuando no, en las aulas o salones en las que daba sus legendarios talleres. Es difícil imaginarlo en afanes y correteos, cuando la imagen suya que persiste es de calma y tranquilidad totales; de atenta y aguda mirada, de silencio persistente interrumpido de cuando en cuando por alguna frase o intervención punzante. De fina ironía, siempre muy acertada.
Que Adolfo se crió con su madre y tías, mientras su padre era un activo y muy ocupado dirigente del MNR, que desde que apenas aprendió a leer no se le pasaba una historieta de las muchas que en ese entonces llegaban a La Paz, y que de joven trabajó contrabandeando mercadería y luego en una fallida microempresa de confección de chamarras y mochilas, son algunas de las anécdotas que quedan en la memoria de un, por lo demás, inolvidable invierno de 2017.
Luis Antezana, el Cachín, me invitó a colaborar en la entrevista con Adolfo que diseñó para trabajar en el estudio introductorio de la edición de Periférica Blvd. de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia. Durante cuatro tardes fui el anfitrión –en un pequeño garzonier del centro–, abastecedor de cigarrillos, refrescos –al principio– cervezas y vino –después–, y ocasional interlocutor con algunas dudas y preguntas. Ah, y claro, responsable de que funcione la grabadora.
El resultado, la larga y sabrosa entrevista que, lejos de solo servirle a Cachín de insumo para su texto, aparece como anexo en el mencionado volumen. Difícilmente se podrá hallar un mejor documento para conocer de primera mano al genial escritor paceño que, como bien señala Giovanna Rivero, ni por asomo se fue, pues la muerte no es sino una leyenda urbana más.
Al hablar de este autor se imponen dos cartas de presentación definitivas: que escribió Periférica Blvd., una de las novelas bolivianas más leídas, reeditadas y vendidas en lo que va del siglo XXI; y que es un referente en la narrativa actual no solo por su prosa de inconfundible sello, sino además por su larga trayectoria como docente de Escritura Creativa y del Taller de Cuento en la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz.
Si se busca un par de características rápidas que lo describan lo mejor posible, de inmediato aparecen dos (o una con dos alas): que al contrario de su prosa, calificada como neobarroca, experimental (en algunos casos) y coloquial, su conversación, sus respuestas –tanto en charlas casuales como en entrevistas formales– son más bien escuetas, aunque no por ello faltas de contundencia: “La Paz es para mí una opción narrativa mayor pero no total”, dice, y poco más, cuando se le cuestiona su relación –desde lo literario, desde su imaginario– con esa urbe y su gente, tan presentes en su obra, aunque no al punto de totalizarla como pretenden muchas miradas propicias al encasillamiento.
“Las hablas populares nos acercan más al hombre común o, como dicen los comunicadores, al ciudadano de a pie, porque el lector ideal es precisamente ese y no el lector académico”, me respondió en una entrevista en 2017. Siempre que podía, lo machacaba con preguntas sobre la oralidad y el manejo del lenguaje en su obra.
Ya en la conversación con Cachín, compartió una anécdota clave. Los Rebeldes, un grupo juvenil formado en los años 60 y 70 en la zona de Obrajes y al que Adolfo solía frecuentar de cuando en cuando, tenían una particular forma de hablar: adaptar, palabras y términos con sufijos o diminutivos entre vulgares y cómicos, copiando algunas expresiones del cine mexicano y argentino o parodiando, entonces despectivamente, a los aymaraparlantes. Un neocoba, en sus palabras. Ahí fue donde el joven escritor empezó a reflexionar en las posibilidades idiomáticas y de la oralidad en la literatura. Ahí es donde ahora veo el origen del Chojcho, del Sewero, el sargento y los entrañables protagonistas de La Paz del Adolfo.
La Paz, la oralidad, la muerte y el humor son cuatro pilares que trascienden su obra, pero a la hora de englobar el legado de Cárdenas, no es justo reducirlo o encasillarlo; basta decir que fue y es un narrador fundamental del cambio de siglo: desde los primeros cuentos ochenteros, hasta la más reciente colección de relatos sobre el Chaco.
Es difícil pensar en no volver a cruzarse con Adolfo y Sonia en los pasillos del Chuquiago Marka, verlo con la cara colorada y los ojos casi cerrados, como si nunca hubiese podido dormir bien. Reír por alguna ocurrencia y recuerdo, casi siempre jodiendo con tino a algún compañero de turno. Sacarle un compromiso para un junte “un día de estos”.
-Nos vemos cualquier rato para una cerveza, Adolfo.
- Claro, hombre, cómo no.
Tres biografemas sobre Adolfo Cárdenas
Le pedimos a los escritores Giovanna Rivero, Edmundo Paz Soldán y Luis Carlos Sanabria que nos compartan un par de apuntes y pensamientos sobre su experiencia con Cárdenas, hombre, autor y escritor.
La muerte es solo una leyenda urbana más
Giovanna Rivero
Adolfo Cárdenas nos enseñó que la posmodernidad, en lo literario, podía manifestarse con un sello conmovedoramente local. Sus textos están tan vivos, como corazones palpitantes, que uno creería que la muerte es tan solo una leyenda urbana más. Y, si bien pareciera que el hábitat natural de sus personajes es la periferia, hay en la imaginación de este enorme escritor algo que se vuelve central, un poderoso núcleo desde donde parte, centrífugo, el lenguaje para traicionar casi todas sus convenciones. Solo quien sabe que el lenguaje es ya un espíritu puede invocar con infinita gracia a sus demonios y armar con ellos una trama policial o un thrillerpsicológico que, además, nos haga reír y llorar.
El más joyceano escritor boliviano
Luis Carlos Sanabria
Conocí a Adolfo siendo plenamente consciente de quién era él.
Yo lo miraba desde abajo, como en plano contrapicado, como quién admira y respeta a sus mayores. Y él era enorme. Para entonces ya había publicado el 90 % de su obra, incluidos títulos relevantes para la historiografía de la literatura nacional.
Adolfo era un autor más que consagrado cuando estrechó mi mano amablemente y se interesó por la banal conversación que yo le ofrecía. Era un escritor importante y a pesar de saberlo, prefería ignorarlo. Le bastaba con hacer lo suyo lo mejor que podía e iluminar a los que, como él y los suyos en su momento, tomábamos la decisión de aprender el oficio de la palabra.
A pesar de poseer un agudo sentido crítico, una profunda mirada y un humor particular, era también un paciente maestro que acompañó a una larga lista de escritores bolivianos en el inicio de sus carreras, ya impartiendo el Taller de Escritura Creativa de la Carrera de Literatura de la UMSA, ya en algún festejo o alguna francachela con sus cofrades: los obreros y estetas del grotesco en la literatura boliviana.
Artífice del preste de Literatura y, según la leyenda urbana, escultor del Beato Renecito, las letras bolivianas han perdido al más joyceano de sus autores.
El habla intervenida
Edmundo Paz Soldán
Decía Adolfo Cárdenas que la literatura debía ser algo cercano a la gente, que no debía estar en la estratósfera, y que para eso se debía tratar, en lo posible, de utilizar el habla cotidiana.
Lo que no decía, era que el habla cotidiana que él trabajaba en sus novelas como Periférica Blvd. y sus cuentos, es un habla intervenida por la literatura, ya que lo cotidiano de su lenguaje pasa a extrañarse y convertirse en un elemento poético que termina dándonos el mensaje fundamental de su obra: que la literatura es sobre todo un hecho de lenguaje.
Su literatura –hechos, tramas y personajes– está construida con un lenguaje intervenido poéticamente a partir del habla cotidiana de esa La Paz tan entrañable que aparece en sus páginas.
Comments